lunes, 6 de junio de 2016

La construcción de una comunidad: el matrimonio en la Edad Media

Desde época romana se ha considerado el matrimonio como una institución básica para la consolidación de la comunidad. La unión entre dos individuos representaba la creación de una alianza familiar. El establecimiento de este tipo de lazos servía para promover proyectos comunes y garantizar la continuidad social. Con la crisis del Imperio Romano algunos autores se remitirán a la importancia de la familia y el matrimonio como base de la organización social. Horacio afirmó que la corrupción política era resultado de la corrupción familiar y Tácito alabó las relaciones matrimoniales de los pueblos germánicos como fuente de su fortaleza y unión. Se buscó una solución a la crisis en el retorno a las virtudes originarias de la comunidad.



Antes de celebrarse cualquier unión matrimonial debía determinarse quién controlaría la patria potestas de la novia. Según el derecho romano la mujer debía estar sometida a tutela que podía pasar del padre al marido tras el matrimonio. Los romanos distinguían dos tipos de matrimonio: cum manu y sine manu. En el primero la patria potestad venía transferida a su marido, mientras que en el segundo el padre la conservaba, era especialmente frecuente entre parejas que no habían obtenido el consentimiento paterno para casarse y se consideraba un matrimonio de segunda clase.

Con el auge del cristianismo asomaron nuevas consideraciones sobre el matrimonio, San Pablo lo consideró un “mal necesario” para evitar los excesos sexuales, mientras que San Agustín criticó esa postura y lo consideró una unión sagrada elevándolo a la categoría de sacramentum. Al igual que los romanos creía que el matrimonio era una institución indispensable para el mantenimiento de la paz dentro de la comunidad. La Iglesia buscó un punto de entendimiento entre ambas posturas al considerar el matrimonio una unión necesaria para la comunidad y para contener los bajos instintos de los hombres.

Tras la caída de Roma se instauró un nuevo modelo matrimonial de origen germánico. Los pueblos bárbaros reconocían hasta tres tipos de matrimonio. El más oficial, el kaufehe, implicaba la compra del mundium de la novia, es decir, el derecho de autoprotección frente a la jurisdicción, algo similar a la patria potestas romana. El segundo, el friedelehe, era un matrimonio basado en el consentimiento mutuo de los contrayentes, especialmente abundante entre aquellos que no podían permitirse comprar el mundium de su esposa. Por último, el raubehe o matrimonio por rapto, era considerado una violación de los derechos paternales.

La Iglesia criticó duramente estos modelos matrimoniales al considerar que las mujeres no eran objetos de intercambio y que tenían cierta personalidad jurídica. Nicolás I insistió en la necesidad de que ambos cónyuges expresaran su consentimiento.

Graciano será el responsable de unificar el rito romano y germánico para construir un modelo matrimonial único. Del mundo romano tomará el consenso como símbolo de la aceptación de los cónyuges, mientras que de la tradición longobarda tomará la traditio y la consumación. Además consideraba que el consenso paterno no era necesario para formalizar la unión. La Iglesia, aún asumiendo este principio, tenderá a defender la voluntad de los progenitores en materia matrimonial. Por su parte las autoridades civiles veían en esta concesión una amenaza a la política matrimonial, pues permitía a los cónyuges rechazar a las parejas elegidas por sus familias.

El consenso se convertirá en el elemento central de las ceremonias nupciales. A partir del siglo IX se observan los primeros procesos judiciales para anular un matrimonio por defectos de consentimiento. La disolución de la unión permitía a los cónyuges contraer un segundo matrimonio como si el primero nunca hubiera existido. En el caso femenino, el consentimiento otorgaba a las mujeres un mayor grado de libertad, sino para elegir esposo al menos para rechazarlo.

La libertad de los cónyuges provocó la aparición de matrimonios clandestinos, cuya regulación era tremendamente complicada. En el siglo XII se generalizó la presencia de los notarios como prueba de que el matrimonio se había celebrado oficialmente. Aunque en la práctica bastaba con que los novios expresasen su deseo de contraer matrimonio para que fuera efectivo de facto. El IV Concilio de Letrán (1215) intentó reforzar esta premisa. Exigió a las parejas que anunciaran públicamente su intención de casarse. Los glosadores insistieron al afirmar que sólo serían válidos aquellos matrimonios en los que hubiera testigos. Un matrimonio no reconocido podía ser equiparado al concubinato, lo que implicaba que descendencia fuera ilegítima. Este tipo de uniones eran más comunes entre los sectores menos privilegiados. La élite procuró hacer que sus bodas fueran tan públicas y espléndidas como fuera posible para ostentar su riqueza y para garantizar que el matrimonio fuera reconocido. En cualquier caso, los matrimonios que se celebraban sin contar con la aprobación paterna y en clandestinidad fueron una minoría durante todo el periodo.

La concepción del matrimonio como unión de la comunidad perdió importancia en los siglos XI – XII, la aparición trajo consigo una modificación de los principios sociales y de la propia concepción de “familia”. La familia conyugal dio paso a una sociedad basada en vínculos civiles y jurídicos, una sociedad en la que primaban las familias agnaticias con un largo recorrido genealógico. En el siglo XV vemos algunas oposiciones a este modelo. Marco Antonio Altieri abogará por la recuperación del mito romano y criticará a sus contemporáneos por sostener el matrimonio sobre la base económica perdiendo su sentido originario.


El principal problema que se encuentra al estudiar el matrimonio medieval es la parcialidad de la documentación. La mayor parte de los acuerdos matrimoniales conservados pertenecen a miembros de la aristocracia y la alta burguesía, entre los que la unión matrimonial tenía una función esencialmente política y económica. Los matrimonios de los sectores menos privilegiados son menos conocidos, los datos conservados, aunque parciales, permiten determinar que existía una mayor libertad porque la alianza política y económica tenía menos peso dentro de la pareja.   
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