viernes, 18 de marzo de 2016

Mujeres en la Revolución Francesa II


“Oh, mi pobre sexo”, escribió Olympe de Gouges un año antes de morir. “Oh, mujeres que nada ganaron con la Revolución”. Conforme avanzaba la Revolución, más mujeres comenzaron a convertirse en agentes protagonistas del proceso, desde sus distintas esferas de influencia e ideología, y poco después darían el salto cualitativo de pasar de las demandas individuales a las colectivas.




El 10 de agosto, indignada a causa de falta de interés que parecía tener el rey por la guerra, lo cual daba a entender incluso que prefería la victoria del enemigo extranjero, la multitud asaltó las Tullerías en una ocupación que desembocó en masacre. Por su implicación en los hechos de aquel día,  Théroigne de Méricout recibió una corona cívica, mientras que Narbonne hubo de escapar a la matanza refugiándose en la embajada sueca, donde su amante Madame Stäel hizo lo posible por protegerle y le auxilió para que dejara el país, así como a otros amigos perseguidos por su cercanía con los reyes. El 2 de septiembre, también Madame Stäel trató de abandonar la ciudad, pero fue detenida y obligada, pese a su avanzado embarazo, a llegar a pie hasta el Hôtel de Ville, donde Robespierre presidía la sesión. Finalmente, temiendo provocar un incidente con Suecia, se le permitió marcharse.
La caída de la monarquía devolvía el poder a los girondinos, por lo que Roland recuperó su puesto en el Ministerio. Sin embargo, su esposa estaba horrorizada por la masacre de ese día, a la que siguió el 2 de septiembre el asesinato de los prisioneros en las cárceles; a sus ojos, se había deshonrado la Revolución en que creía. Con las nuevas victorias contra los invasores extranjeros, además, los girondinos consideraban que se justificaba su proclamación de la guerra, por lo que trataron de deshacerse de las figura de la izquierda radical (jacobinos y enragés) que habían instigado el asalto a las Tullerías, pero estos resistieron todos los ataques.
Sobre todo, separaba a girondinos y jacobinos la pregunta de qué hacer con el rey, que permanecía prisionero en el Temple desde el asalto. Los primeros preferían la cárcel o el exilio para él, mientras que los segundos estaban decididos a ejecutarlo. El 20 de noviembre se encontraron pruebas que demostraban la complicidad del rey con los invasores austríacos, y su juicio comenzó el 11 de diciembre. Fue difícil encontrar un abogado que tuviera el valor de defenderlo, pero el anciano Malesherbes, ex ministro, se presentó voluntario.
Tuvo una oferta de ayuda inesperada: Olympe de Gouges se prestó a colaborar en la defensa. Aunque muy decepcionada con la monarquía, y ahora decidida republicana,  vio en esta ocasión la oportunidad de visibilizar sus reclamaciones, y escribió una carta a la Asamblea Nacional, argumentando en ella que Luis Capeto era condenable como monarca, pero una vez desposeído del título no merecía la muerte. Arriesgaba con ello la vida, y era bien consciente; incluso entre los propios girondinos un tercio terminó por votar la ejecución del rey, que fue ejecutado el 21 de enero.
Los Roland también se habían opuesto vehementemente a la ejecución del rey. Pero su propia situación era cada vez más insegura: el Ministerio de Interior apenas podía actuar contra la escasez de alimentos, la debilidad de la economía y la inseguridad de las calles parisinas. Por si fuera poco, se les acusó tanto de conspiración realista (rápidamente probada como falsa) como de malversación de fondos oficiales. En lugar de escapar para salvarse, ambos actuaron de acuerdo a sus principios e insistieron en quedarse para demostrar sin atisbo de duda su inocencia.
Entretanto, a finales de 1792 las reclamaciones de las mujeres estaban yendo más allá de las demandas llevadas a cabo individualmente, y comenzaban a prosperar las agrupaciones de mujeres del pueblo. Ya durante el régimen de la Asamblea Constituyente se otorgó a las mujeres el derecho a la igualdad en las herencias familiares, así como a atestiguar en las cuestiones legales. En septiembre de 1792 se aprobó la ley del divorcio; aunque en la práctica favorecía a los hombres, se formuló con principios igualitarios, y con ella se formaron clubes de divorciadas. En febrero de 1793 las agrupaciones femeninas de izquierdas provocaron disturbios contra el alto costo de algunos productos, y por la fuerza obligaron a reducir el precio. En la lucha entre girondinos y jacobinos respecto al libre mercado y los precios máximos, las agrupaciones femeninas estuvieron del lado de los últimos, llegando en ocasiones más lejos incluso que ellos en sus reclamaciones.
Sus líderes eran Pauline Léon, ex fabricante de chocolate, y Claire Lacombe, una actriz que había recibido, al igual que Théroigne, una corona cívica por su participación en el asalto de las Tullerías. Bajo la presidencia de Pauline Léon formaron el que sería el club de mujeres más famoso de la Revolución, la Societé de Republicaines-Révolutionnaires, yendo así más lejos todavía de lo que lo habían hecho algunos clubes mixtos de simpatizantes de la revolución. Con el objetivo explícito de “frustrar los proyectos de los enemigos de la república”, el club tenía normas formales, con reglas rigurosas, una presidenta electa y subcomités que lo gestionaban.
Por irónico que resulte, estas organizaciones femeninas fueron el fin de Théroigne de Méricourt, pese a su apasionada defensa de los derechos de las mujeres en ámbitos que normalmente se consideraban inadecuados para ellas. Su posición política se había ido acercando a los girondinos, y a causa de disensiones políticas uno de los clubes de mujeres la atacó el 15 de mayo frente a la Convención Nacional, desnudándola y flagelándola brutalmente. Desde hacía meses mostraba signos de desequilibrio mental, y tras este incidente se hicieron cada vez más frecuentes, hasta tal punto que en la primavera siguiente había perdido totalmente el juicio. Finalmente hubo de ser internada en una institución, en la que residiría hasta su muerte, muchos años más tarde.
Entre finales de mayo y principios de junio los girondinos perdieron definitivamente el poder, y los jacobinos ordenaron arrestos entre sus dirigentes. Roland logró huir, pero su esposa fue detenida y encarcelada. Desde la prisión, en la que pasó varios meses, comenzó a escribir notas sobre los hechos políticos recientes, emitiendo juicios sobre sus contemporáneos y sobre la época que había vivido. Más tarde comenzó la redacción de sus memorias, las cuales logró sacar de la cárcel gracias al valor de una amiga a la que se le permitió que la visitara.

Uno de los jacobinos que defendieron más ferozmente la persecución de los girondinos fue Marat, el cual para cierta joven de familia noble empobrecida era cada vez más una figura monstruosa, y pese a no haberse aprobado la solicitud de Théroigne de permitir a las mujeres portar armas, una de ellas iba a dejar claro que sabía hacer uso de ellas. Charlotte Corday se había criado en estudio de los clásicos, y planeó el asesinato de Marat desde la perspectiva de una heroína de la antigüedad; lo concibió como un sacrificio que debía llevarse a cabo sin importar sus consecuencias para ella misma, si con ello salvaba a los suyos. Su intención original había sido lleva a cabo públicamente el asesinato, pero al poco de llegar a París descubrió que, a causa de su salud, Marat pasaba la mayor parte del tiempo confinado en su bañera. Finalmente logró verlo a solas y lo asesinó en ella el 9 de julio, siendo detenida casi de inmediato. Aunque los grupos afines a Marat buscaron destruir su reputación y le dirigieron todo tipo de injurias, los girondinos la consideraron como su heroína. “Nos ha destruido”, dijo un diputado girondino, “pero nos ha enseñado el modo de morir”. El 17 de julio ascendía al cadalso, al cual varias mujeres emblemáticas habían de seguirla antes de que acabara el año.

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