“Oh,
mi pobre sexo”, escribió Olympe de Gouges un año antes de morir. “Oh, mujeres
que nada ganaron con la Revolución”. Conforme avanzaba la Revolución, más
mujeres comenzaron a convertirse en agentes protagonistas del proceso, desde
sus distintas esferas de influencia e ideología, y poco después darían el salto
cualitativo de pasar de las demandas individuales a las colectivas.
El
10 de agosto, indignada a causa de falta de interés que parecía tener el rey
por la guerra, lo cual daba a entender incluso que prefería la victoria del
enemigo extranjero, la multitud asaltó las Tullerías en una ocupación que
desembocó en masacre. Por su implicación en los hechos de aquel día, Théroigne de Méricout recibió una corona
cívica, mientras que Narbonne hubo de escapar a la matanza refugiándose en la
embajada sueca, donde su amante Madame Stäel hizo lo posible por protegerle y
le auxilió para que dejara el país, así como a otros amigos perseguidos por su
cercanía con los reyes. El 2 de septiembre, también Madame Stäel trató de
abandonar la ciudad, pero fue detenida y obligada, pese a su avanzado embarazo,
a llegar a pie hasta el Hôtel de Ville, donde Robespierre presidía la sesión.
Finalmente, temiendo provocar un incidente con Suecia, se le permitió marcharse.
La
caída de la monarquía devolvía el poder a los girondinos, por lo que Roland
recuperó su puesto en el Ministerio. Sin embargo, su esposa estaba horrorizada
por la masacre de ese día, a la que siguió el 2 de septiembre el asesinato de
los prisioneros en las cárceles; a sus ojos, se había deshonrado la Revolución
en que creía. Con las nuevas victorias contra los invasores extranjeros,
además, los girondinos consideraban que se justificaba su proclamación de la
guerra, por lo que trataron de deshacerse de las figura de la izquierda radical
(jacobinos y enragés) que habían
instigado el asalto a las Tullerías, pero estos resistieron todos los ataques.
Sobre
todo, separaba a girondinos y jacobinos la pregunta de qué hacer con el rey,
que permanecía prisionero en el Temple desde el asalto. Los primeros preferían
la cárcel o el exilio para él, mientras que los segundos estaban decididos a
ejecutarlo. El 20 de noviembre se encontraron pruebas que demostraban la complicidad
del rey con los invasores austríacos, y su juicio comenzó el 11 de diciembre.
Fue difícil encontrar un abogado que tuviera el valor de defenderlo, pero el
anciano Malesherbes, ex ministro, se presentó voluntario.
Tuvo
una oferta de ayuda inesperada: Olympe de Gouges se prestó a colaborar en la defensa.
Aunque muy decepcionada con la monarquía, y ahora decidida republicana, vio en esta ocasión la oportunidad de
visibilizar sus reclamaciones, y escribió una carta a la Asamblea Nacional,
argumentando en ella que Luis Capeto era condenable como monarca, pero una vez
desposeído del título no merecía la muerte. Arriesgaba con ello la vida, y era
bien consciente; incluso entre los propios girondinos un tercio terminó por
votar la ejecución del rey, que fue ejecutado el 21 de enero.
Los
Roland también se habían opuesto vehementemente a la ejecución del rey. Pero su
propia situación era cada vez más insegura: el Ministerio de Interior apenas
podía actuar contra la escasez de alimentos, la debilidad de la economía y la
inseguridad de las calles parisinas. Por si fuera poco, se les acusó tanto de
conspiración realista (rápidamente probada como falsa) como de malversación de
fondos oficiales. En lugar de escapar para salvarse, ambos actuaron de acuerdo
a sus principios e insistieron en quedarse para demostrar sin atisbo de duda su
inocencia.
Entretanto,
a finales de 1792 las reclamaciones de las mujeres estaban yendo más allá de
las demandas llevadas a cabo individualmente, y comenzaban a prosperar las
agrupaciones de mujeres del pueblo. Ya durante el régimen de la Asamblea
Constituyente se otorgó a las mujeres el derecho a la igualdad en las herencias
familiares, así como a atestiguar en las cuestiones legales. En septiembre de
1792 se aprobó la ley del divorcio; aunque en la práctica favorecía a los
hombres, se formuló con principios igualitarios, y con ella se formaron clubes
de divorciadas. En febrero de 1793 las agrupaciones femeninas de izquierdas
provocaron disturbios contra el alto costo de algunos productos, y por la
fuerza obligaron a reducir el precio. En la lucha entre girondinos y jacobinos
respecto al libre mercado y los precios máximos, las agrupaciones femeninas
estuvieron del lado de los últimos, llegando en ocasiones más lejos incluso que
ellos en sus reclamaciones.
Sus
líderes eran Pauline Léon, ex fabricante de chocolate, y Claire Lacombe, una
actriz que había recibido, al igual que Théroigne, una corona cívica por su
participación en el asalto de las Tullerías. Bajo la presidencia de Pauline
Léon formaron el que sería el club de mujeres más famoso de la Revolución, la Societé de Republicaines-Révolutionnaires, yendo
así más lejos todavía de lo que lo habían hecho algunos clubes mixtos de
simpatizantes de la revolución. Con
el objetivo explícito de “frustrar los proyectos de los enemigos de la
república”, el club tenía normas formales, con reglas rigurosas, una presidenta
electa y subcomités que lo gestionaban.
Por
irónico que resulte, estas organizaciones femeninas fueron el fin de Théroigne
de Méricourt, pese a su apasionada defensa de los derechos de las mujeres en
ámbitos que normalmente se consideraban inadecuados para ellas. Su posición
política se había ido acercando a los girondinos, y a causa de disensiones
políticas uno de los clubes de mujeres la atacó el 15 de mayo frente a la
Convención Nacional, desnudándola y flagelándola brutalmente. Desde hacía meses
mostraba signos de desequilibrio mental, y tras este incidente se hicieron cada
vez más frecuentes, hasta tal punto que en la primavera siguiente había perdido
totalmente el juicio. Finalmente hubo de ser internada en una institución, en
la que residiría hasta su muerte, muchos años más tarde.
Entre
finales de mayo y principios de junio los girondinos perdieron definitivamente
el poder, y los jacobinos ordenaron arrestos entre sus dirigentes. Roland logró
huir, pero su esposa fue detenida y encarcelada. Desde la prisión, en la que
pasó varios meses, comenzó a escribir notas sobre los hechos políticos
recientes, emitiendo juicios sobre sus contemporáneos y sobre la época que
había vivido. Más tarde comenzó la redacción de sus memorias, las cuales logró
sacar de la cárcel gracias al valor de una amiga a la que se le permitió que la
visitara.
Uno
de los jacobinos que defendieron más ferozmente la persecución de los
girondinos fue Marat, el cual para cierta joven de familia noble empobrecida
era cada vez más una figura monstruosa, y pese a no haberse aprobado la
solicitud de Théroigne de permitir a las mujeres portar armas, una de ellas iba
a dejar claro que sabía hacer uso de ellas. Charlotte Corday se había criado en
estudio de los clásicos, y planeó el asesinato de Marat desde la perspectiva de
una heroína de la antigüedad; lo concibió como un sacrificio que debía llevarse
a cabo sin importar sus consecuencias para ella misma, si con ello salvaba a
los suyos. Su intención original había sido lleva a cabo públicamente el
asesinato, pero al poco de llegar a París descubrió que, a causa de su salud,
Marat pasaba la mayor parte del tiempo confinado en su bañera. Finalmente logró
verlo a solas y lo asesinó en ella el 9 de julio, siendo detenida casi de
inmediato. Aunque los grupos afines a Marat buscaron destruir su reputación y
le dirigieron todo tipo de injurias, los girondinos la consideraron como su heroína.
“Nos ha destruido”, dijo un diputado girondino, “pero nos ha enseñado el modo
de morir”. El 17 de julio ascendía al cadalso, al cual varias mujeres emblemáticas
habían de seguirla antes de que acabara el año.
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