viernes, 18 de diciembre de 2015

La Herencia de Cesar, las fronteras del Imperio al inicio del gobierno de Augusto

En post anteriores vimos que uno de los principales problemas del imperio Romano fueron sus extensas fronteras. ¿pero como eran estas fronteras al final de la república?¿cual era la perspectiva del heredero de cesar para con esas fronteras? El mérito indiscutible del primer emperador, más correctamente llamado Prínceps,  Augusto, fue el haber terminado la secular crisis que azotaba el estado romano republicano; un endémico clima de guerra civil en introdujo con la conocida Pax Augusta, una época de paz cuyo beneficios fueron repartidos entre los ciudadanos romano y los pueblos sometidos a Roma.  Dando lugar a la conversión romanizadora y a su forma estatal de imperio Romano universal.

Estatua de Augusto. Extraido de: http://historiabarriga.blogspot.com.es/2011/08/el-imperio-romano-contexto-historico.html



Con esta idea, el estado romano había alcanzado la creencia de que había cumplido finalmente un destino que la predeterminaba por mandato divino a extender su dominio sobre todos los pueblos del mundo. Esta idea imperial, la del Prínceps  como encarnación y portavoz de la manifestación popular romana se convierte en una justificación  del imperio como orden externo. De forma que aparece como el mejor de todos los imperios, presentándose como firme candidato a alzarse con la “champions league” de los imperios.

Así, la Pax Romana  e imperio universal se entremezclan en un cocktail de política exterior donde ambos conceptos se convierten en marcas de prestigio a exportar, y proteger. Se entiende que la política exterior de Augusto se destacó por un carácter manifiestamente agresivo. Una línea de actuación orientada hacia esos objetivos expansionistas de dominio universal; como en otras consideraciones de carácter más práctico, como puede ser la necesidad de mantener ocupadas las energías de unas fuerzas armadas con una hiperactividad heredada de casi un siglo de guerras civiles, que no podían ser licenciadas sin más.  Pero a este carácter habría que añadir el carácter pseudo-vitalicio del proconsulado de Augusto, pues debía renovarlo de forma periódica,  este título convertía al prínceps ante todo en el comandante en jefe de las fuerzas romanas. Un título que conllevaba una clara responsabilidad, el éxito militar.

Así que esta “paz” conllevaba un matiz bélico de carácter ofensivo. Puesto que esta paz implicaba una pretensión de dominio de todo el orbis terrarum, el mundo conocido, y necesitaba de una política expansiva de carácter imperialista. Esta política fue llevada a cabo por Augusto en las medidas que los medios disponibles permitían, de forma que a la muerte de Augusto, el proyecto de conquista distaba lejos de haberse cumplido, pero había hecho un buen trabajo.

Augusto no se encontraba en el tema de la política exterior libre de problemas heredados, la falta de homogeneidad del territorio bajo dominio romano por la existencia de bolsas de “irreductibles” grupos hostiles e independientes, que afectaba a la continuidad geográfica imperial, y el contacto con pueblos peligrosos en las fronteras de los territorios conquistados.


Empezando por África, un territorio que no contaba con una frontera precisa en el sur, se trataba de un territorio objeto de las iras de las Raids, bandas de saqueadores, de las tribus nómadas del desierto. La anexión del reino de Egipto no mejoraba el panorama, Augusto, tras la batalla de Actium, convirtió el ancestral reino en una provincia, con características especiales. Considerándolo como Botín particular, su administración no recayó en el Senado, sino  que fue confiado a un prefecto de la confianza del prínceps con un insólito mando sobre las fuerzas legionarias. El reino, por su riqueza y su capacidad productiva de trigo, para el aprovisionamiento de Roma, se convierte un objetivo de prioritaria protección pues su adquisición por parte de un hipotético rival lo convertía en un caramelo jugoso de ser usado contra el Prínceps. De ahí la especial preocupación por mantenerlo bajo control directo.  El temor de Augusto a un hipotético golpe de Estado apoyado por las reservas de la provincia queda justificado con el destino sufrido por el primer prefecto de Egipto, Cornelio Galo, que fue exiliado y finalmente optó por el suicidó. Pero la adquisición de Egipto, trajo consigo la necesidad de controlar una serie de pueblos de imperativa necesidad de controlar: Etíopes, árabes, sabeos y nabateos.

En oriente, la frontera queda marcada por el reino parto, el secular enemigo de Roma que le acompañará durante siglos. Por otra parte la provincia de siria dejaba un puzle de reinos de delicada política diplomática, el reino de Judea, y Commagene, así como un cierto número de principados árabes del desierto, bajo influencia y control romano. En Asia menor, el territorio queda caracterizado por un variopinto muestrario de estados clientes. Y finalmente al norte el reino vasallo del Bósforo Cimerio, tapaba esa salida.

En el “cercano” norte, la frontera más cercana a la península itálica, las condiciones no eran más satisfactorias. En su flanco oriental, al norte de Macedonia, se extendía el reino de Tracia, protegido de Roma, pero expuesto a ataques de tribus bárbaras belicosas extendidas a ambos lados del Danubio, cuyas razias sembraban el caos. En la zona central, los Alpes se alzaban como frontera de Italia, a la vez que del Imperio, pero la barrera protectora que representaba la cadena montañosa había demostrado no ser tan inexpugnable en tiempos no tan remotos, lo que exigía la urgente búsqueda de una expansión que permitiera poner “tierra de por medio” en favor de poder mejorar la seguridad del estado romano, en parte, porque la propia cadena montañosa y sus valles aun albergaban tribus que se mantenían hostiles e independientes a Roma. De los Alpes hasta el océano, la frontera seguía el curso del Rin, a la derecha del rio, inquietas tribus germánicas organizaban en ocasiones confederaciones de peligrosa amplitud provocando un constante estado de inestabilidad fronteriza. Un estado que se prolongaba al otro lado del canal de la Mancha, siendo en esta zona protagonizado por pueblos britanos, que se mantenían beligerantes e independientes a pesar de los intentos de sometimiento de Cesar, con resultado infructuoso.

El dominio hacia el oeste se prolongaba hasta el océano, donde traspasando los Pirineos, la Península ibérica se mantenía bajo control romano salvo en su sección norte, donde protegidas por las barreras montañosas de la cornisa cantábrica, se mantenían fuera de control romano las tribus de cántabros, que le darían a Augusto en no mucho tiempo su tan ansiado “Triunfo”

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