Hoy he venido a romper una lanza en favor de mi
especialidad, el medievalismo, porque seamos sinceros cuando pensamos en algo
“medieval” la mayoría se imagina un mundo oscuro y medio salvaje en el que reinaba
la anarquía y la barbarie, en el que el hombre vivía temeroso de Dios y sometido
al poder de un tirano coronado. Una visión que se entremezcla con elementos propios de un mundo casi mítico lleno de magia, brujas, dragones y caballeros de brillante
armadura, en el que la gloria se obtenía rescatando doncellas en apuros o
logrando victorias imposibles en épicas batallas. En otras palabras, pensamos
en el Rey Arturo, en el Señor de los Anillos y en la visión que el Renacimiento
y el Romanticismo tuvieron a bien vendernos, una visión que difícilmente hace justicia a más de mil años de nuestra historia.
Pero como suele ocurrir con los imaginarios, los mitos y las
leyendas la historia no es como nos la imaginamos ni como nos la pintan, ni la
Edad Media es tan oscura, ni el siglo de las Luces estaba tan iluminado. Espero no sorprender a muchos al afirmar que los grandes mitos medievales son en su mayoría falsos. Ni proliferaban las brujas, ni había dragones, ni las batallas eran multitudinarias, no es ni siquiera el gran momento de la Inquisición. Si bien es cierto que la mayoría de estos mitos tienen una cierta historicidad, rara vez sucedieron durante el medievo.
Por poner algunos ejemplos, aunque la Inquisición si surgió durante los siglos finales de la Edad Media su labor fue muy minoritaria hasta el siglo XVI, es decir, hasta la primera modernidad. Con la notable excepción de los Templarios, los grandes juicios inquisitoriales tuvieron lugar en la Edad Moderna, momento de surgimiento del protestantismo, considerado herético por parte de los católicos. Porque no podemos olvidar que la Inquisición no podía actuar contra miembros de otras religiones, su jurisdicción se limitaba únicamente a los cristianos. Por este motivo es imposible que quemasen judíos y en todo caso la condena a los conversos se da muy a finales de la Edad Media y fundamentalmente durante la época moderna, porque salvo excepciones concretas las conversiones forzosas no se dieron en Europa hasta las últimas décadas del siglo XV, como la de 1492 en la Península Ibérica. Algo similar ocurre con las brujas, la magia y la religión eran indistinguibles en la época medieval, las grandes persecuciones fueron resultado de las reformas protestantes, y se produjeron fundamentalmente en Europa central durante los siglos XVI y XVII.
Otro de los grandes mitos medievales es la epicidad de las batallas. Los ejércitos medievales eran mucho menos numerosos de lo que se cree normalmente, por norma se medían en cientos de hombres de los cuales sólo un pequeño porcentaje formaba parte de la caballería. Sólo ocasiones muy concretas, como las cruzadas, en las que se aliaron prácticamente todos los reinos del occidente europeo se lograron alcanzar los millares de efectivos de combate. En realidad las batallas más numerosas de la historia forman parte de nuestro pasado más reciente y no fueron ejemplos de heroicidad, gloria y honor, sino muestras de la barbarie humana, la destrucción y el caos. Sólo la Segunda Guerra Mundial generó en Europa más víctimas militares y civiles que todas las guerras anteriores juntas.
Si queremos acercarnos a la realidad histórica lo primero que debemos tener en cuenta es que nuestra visión
de la Edad Media se fundamenta sobre los prejuicios que se tuvieron en los siglos posteriores. Durante el Renacimiento se procuró remarcar la
novedad del pensamiento humanista a través de su comparación con el mundo
medieval, para ello crearon y difundieron una serie de prejuicios que han perdurado hasta nuestros días. La visión espiritual del
mundo fue sustituida por una visión más terrenal, centrada en la realidad
colindante, en lo inmediato, lo contemporáneo. El viejo tópico medieval Ubi Sunt fue sustituido por los aún más viejos tópicos
latinos Carpe Diem o Tempus Fugit, temas que remarcaban la idea de que la vida terrenal debía ser aprovechada, utilizando las palabras de Robin Williams en el Club de los poetas muertos y citando a Henri Thoreau: “Fui a los
bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo
el meollo a la vida, y dejar a un lado todo lo que no fuese vida, para no
descubrir en el momento de mi muerte que no había vivido”. En cambio, el hombre medieval estaba más preocupado por la vida celestial, por alcanzar la salvación a través de una vida de santidad. Su manera de
enfrentarse al mundo se fundamentaba en la creencia de que tras su paso por la
tierra alcanzaría el paraíso.
Otra de las características del Renacimiento es el culto al
individuo, allí donde la Edad Media había predicado el universalismo y la
existencia de un cuerpo social único, los humanistas defenderán el culto a la
unidad, al yo. Para reforzar esta idea se criticó la sociedad medieval al
considerarla carente de personalidad, de carácter. Sin embargo, la
universalidad del mundo medieval respondía a la predica de una serie de
virtudes, el hombre debía vivir en comunidad por protección, pero también para
evitar caer en el pecado y la condenación. Tengamos en cuenta que el propio
Santo Tomás de Aquino consideraba la vanagloria el más grave de los pecados
capitales, un pecado que marcó el desarrollo del Renacimiento.
La lucha entre
el vicio y la virtud fue una constante en la literatura renacentista. Dante en
su descenso al infierno se debate internamente sobre por qué se producen los
pecados de los hombres y llega a la conclusión de que para obtener la salvación
es necesario llevar una vida de santidad. Por su parte Bocaccio en su Decameron
narra una serie de historias marcadas de nuevo por los vicios a las que siguen
historias cada vez más virtuosas hasta alcanzar el décimo día. Ambos autores se
consideran parte del Renacimiento italiano y en sus obras se aprecia con
claridad el debate ideológico que se estaba produciendo en esta época y su
realidad social. El mundo no había sido tan incivilizado antes del Renacimiento, ni había cambiado tanto con la recuperación de los principios del
mundo antiguo.
Por su parte el Romanticismo es responsable de generar una
imagen más positiva pero igualmente irreal de la Edad Media. En el siglo XIX la
época medieval era considerada exótica, lejana y se la dotó de una serie de
elementos fantásticos que la hacían más atractiva, más deseable. Es el momento en el que la
escuela prerrafaelita pinta cuadros inspirados en los mitos artúricos y en la
épica. Se genera así una imagen mucho más idealizada, la Edad Media romántica
esta plagada de caballeros que defienden los más altos valores, damas virtuosas,
magia y criaturas míticas.
Pero ¿qué es realmente la Edad Media? Es un periodo de gran importancia
para el desarrollo de Europa tal y como la conocemos actualmente. Tras la caída
del imperio romano Europa se vio sumida en un periodo de gran inestabilidad que
necesitaba de una profunda reorganización. Durante los mil años que siguieron a
la destrucción de Roma se crearon nuevas instituciones y nuevos modelos
ideológicos sin los que es imposible entender los siglos posteriores. Es el
momento en el que surgen la mayoría de los reinos occidentales y en el que se
sientan las bases para la construcción del Estado moderno. Sin Santo Tomás, Maquiavelo no habría podido escribir su Príncipe, y sin Maquiavelo Hobbes no
habría reflexionado sobre el Estado en su Leviatán y así podríamos continuar
sin rupturas hasta la división de poderes de Montesquieu o el contrato social de
Rousseau.
En próximos post espero poder arrojar algo de luz sobre esta
era oscura y llena de incomodidades sobre la que mucho se especula y poco se
conoce.
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