En fechas tan señaladas y con la cabeza aún caliente
por los posibles pactos electorales he pensado que conviene hacer un breve repaso
a los diferentes modelos políticos que han imperado en Europa a lo largo de su
historia. Se trata un resumen conceptual y básico, que puede resultar algo simplista, pero que
únicamente pretende dar una idea general de como han ido evolucionando los modelos políticos.
La política, tal y como la concebimos en la actualidad es fruto del pensamiento decimonónico. Durante la mayor parte de su historia Europa se ha regido por otros discursos y modelos ideológicos en los que tenían un peso definitorio el derecho, la historia y la teología, por encima de las cuestiones económicas, nacionales y sociales que tanto nos preocupan actualmente.
Debemos volver a los orígenes para entender qué es, históricamente, la política. El
término politika surgió en Grecia
para definir “el gobierno de la polis” independientemente de cual fuera la forma en la que se concretase. Según Aristóteles el mundo griego conocía tres modelos
políticos fundamentales: la monarquía, el gobierno de uno, era el
sistema más aplicado en las polis griegas. El caso de Esparta es paradigmático en este sentido puesto que se regía por una diarquía, es decir, una monarquía doble. Los diarcas provenían de las dos familias principales descendientes de Heracles que habían fundado la polis. La aristocracia, el gobierno los más
poderosos y preparados. Y la democracia, el gobierno del pueblo, entendido como el conjunto de los individuos que cumplían una serie de condiciones que les hacían aptos para la elección de sus gobernantes. Cada modelo tenía su versión perversa, si
no actuaba conforme al bien común podía convertirse en: tiranía, oligarquía o demagogia.
En el mundo griego también existía el concepto de república, aunque muy diferente al que
conocemos actualmente. La República griega era una utopía política según la
cual gobernarían aquellos individuos que cumplieran una serie de condiciones
prefijadas, para Platón y Aristóteles el gobierno más justo debía recaer sobre
la república de los filósofos, pues eran los únicos capaces de conocer las verdades inteligibles y de actuar conforme al bien común.
Por su parte Roma conoció en la práctica tres formas
de gobierno: la monarquía que seguía el mismo principio que en el mundo griego, generalmente aquel que descendía de un
personaje mítico y heroico de especial relevancia en la historia y la tradición
del reino. En Roma la monarquía habría sido fundada por Romulo, pero seguiría un modelo electivo, el poder recaería sobre un único hombre elegido por el
Senado. La perversión de la monarquía romana dio paso a la república, cuya duración se extendió durante casi cinco siglos. Esta
república era totalmente diferente a la griega puesto que definía el gobierno de la res publica, es decir, la cosa pública.
La organización del mundo romano se fundamentaba sobre una base jurídica, no
territorial como había ocurrido en Grecia. El Senado diversificó sus funciones a través de diferentes magistraturas que permitieran controlar la administración, la jurisdicción y el gobierno de Roma. A la cabeza se situarían dos cónsules elegidos anualmente.
A la república siguió el imperio, un modelo muy similar al monárquico cuyas diferencias son más jerárquicas y teóricas que prácticas. Por su parte Roma nos legó otro modelo político que ha sido de especial
relevancia en el siglo XX, la dictadura. El cargo de dictador se otorgaba únicamente en ocasiones excepcionales, cuando existía una amenaza inminente. En esos casos el Senado elegía un personaje al que se le otorgaban poderes especiales durante el plazo de seis meses con la intención de que logrará poner fin a los conflictos o amenazas latentes, una vez cumplido el plazo el poder era devuelto.
Tras la caída del imperio y durante más de mil años el modelo imperante en todo el occidente europeo será la monarquía, una monarquía que irá evolucionando en función de las necesidades y características del reino. En un primer momento primó una monarquía de tipo electivo, el rey era elegido entre las familias de mayor importancia o entre
aquellos individuos con mayores capacidades militares. En este modelo el monarca era una suerte de primus inter pares o incluso un caudillo
militar, al que se le otorgaba cierta autoridad sobre el conjunto del reino para su defensa y organización. Progresivamente estos monarcas fueron agrupando mayores poderes y
tendieron a asociar a sus hijos al trono, pasando a un modelo hereditario a
las que dotaron de todo un aparato legitimador y propagandístico en el que
adquirió gran importancia el papel de la divinidad en la elección del monarca.
La acumulación de poderes dio lugar a una centralización del poder y
a una burocratización de las instituciones generando lo que se
conoce, a grandes rasgos, como monarquía autoritaria y que tendría su momento
de mayor auge entre los siglos finales de la Edad Media y los iniciales de la
Edad Moderna.
Al margen de los modelos monárquicos y bajo el poder imperial
existía un modelo político específico de las llamadas repúblicas italianas, aunque formalmente estaban bajo el dominio del Sacro Imperio, en la práctica su gobierno era de tipo republicano, puesto que carecían
de una autoridad única y hereditaria como ocurría, por ejemplo, en los
principados alemanes. Las repúblicas italianas elegían a sus gobernantes entre
las familias más poderosas que conformaban una oligarquía urbana.
Durante la Edad Moderna y hasta el momento de las
grandes revoluciones el modelo imperante continuo siendo monárquico. Una
monarquía cada vez más poderosa y centralizada que llegó a ser absoluta en algunos reinos. Será a partir del siglo XVII, en Gran Bretaña, y en el siglo XVIII en Estados Unidos y Francia cuando
empiecen a plantearse otras opciones políticas. Entre 1642 y 1689 se produjo la Revolución inglesa, un periodo de especial inestabilidad para el mundo británico que culminó con la imposición del modelo parlamentario. Tras la restauración monárquica el poder se vió dividido entre el monarca y el Parlamento, dividido a su vez en dos cámaras, la cámara de los lores a la que accedían la alta nobleza y que tenía un carácter hereditario y la cámara de los comunes, en la que se incluía a los representantes de la ciudadanía. El modelo de monarquía parlamentaría está aún vigente en el Reino Unido en la actualidad, aunque las atribuciones monárquicas se han ido reduciendo progresivamente en favor del Parlamento, que actualmente se rige por un modelo democrático.
Cien años más tarde las colonias norteamericanas realizaron su propia revolución a través de la que lograron imponer un modelo de gobierno que había sido prácticamente relegado al olvido en el continente,
la democracia. Desde su creación, los Estados Unidos se rigieron de manera democrática, con las limitaciones a razón de sexo, raza y renta propias de cada
época, pero democrática si la comparamos con los modelos europeos. Por su parte, Francia intentó imponer
un modelo similar, aunque su éxito fue menos espectacular y más lento. Durante todo el
siglo XIX, el estado francés se debatirá entre el republicanismo y la monarquía
en función del éxito o el fracaso de las diferentes revoluciones liberales. El
resto de Europa tendrá que esperar a las revoluciones de los años 20, 30 y 48 del siglo XIX para conocer los modelos liberales, en los que se contemplaba cierto grado de democracia. Es la última vez en la que podemos considerar a España como pionera de los cambios políticos, puesto que su primera tentativa liberal se dio en 1812 y sirvió como inspiración en las revoluciones posteriores. La segunda mitad del siglo XIX será el momento de imposición del modelo liberal y democrático en casi toda Europa, con la lucha por el sufragio universal masculino y el reconocimiento de los derechos de los trabajadores gracias a la Revolución Industrial y a la aparición del movimiento obrero. El siglo XX en cambio es el momento de la lucha por el sufragio femenino, los derechos sociales y la lucha de clases. Tras la II Guerra Mundial se instaurará de manera más o menos definitiva la democracia tal y como la conocemos actualmente. En este caso de nuevo España es digna de mención, pero por su retraso y no por su avance, puesto que la dictadura franquista impidió el establecimiento de un modelo democrático hasta 1978.
Por último, especialmente para contextos contemporáneos, cabe diferenciar entre el modelo de estado y el modelo de gobierno. Un estado puede ser en
esencia monárquico o republicano en función de si el Jefe del Estado está o no
coronado. A estos podría añadirse la dictadura, aunque en general podría inscribirse en los anteriores con sus excepcionalidades y características propias. Por su parte los modelos de gobierno son mucho más diversos:
parlamentarismo, federalismo, confederalismo, constitucionalismo,
mancomunidades, república presidencialista, semipresidencialista,
unipartidista, militarismo, etc. Como hombres y mujeres del siglo XXI nuestro destino es poder elegir democráticamente nuestro modelo de estado, nuestra forma de gobierno y a nuestros representantes políticos.
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