lunes, 25 de enero de 2016

1250 - 1350: Un siglo paradigmático en el mundo hispánico

Resulta evidente para cualquiera que me lea con regularidad que mi área de interés principal es la ideología y la legitimación política. En general estoy más interesada por la historia comparativa y de amplio contexto que por la historia concreta y específica de una única realidad y, por este motivo, he centrado mi investigación en el pensamiento político y la literatura desde un punto de vista comparado y que abarque todos los reinos cristianos peninsulares, concretamente en la cronología que se extiende entre 1250 y 1350. ¿Por qué esta cronología? Porque es, en mi opinión y siempre dentro de mi especialidad, un siglo completa y absolutamente definitorio en el desarrollo histórico e ideológico de la cristiandad occidental, especialmente en la Península Ibérica.




Dejando al margen el reinado de los Reyes Católicos, del que hablaré tarde o temprano, en la segunda mitad del siglo XIII se concentran en el contexto hispano los reinados más importantes y reconocibles de nuestra historia medieval. Me refiero, como resulta evidente, al ascenso al trono de personajes como Alfonso X en Castilla, Jaime I en Aragón, Dionisio I en Portugal y las dinastías francesas en Navarra. Pero además, aproximadamente un siglo después se concreta en cada uno de estos reinos un proyecto político de refuerzo de la autoridad monárquica que se encarna en una serie de figuras especialmente reconocibles para los historiadores aunque menos conocidas por el gran público, me refiero a los reinados de Alfonso XI en Castilla, Pedro IV en Aragón, Alfonso IV en Portugal y Juana I y Felipe III de Evreux en Navarra. Estos reinados, como los de sus predecesores, serán paradigmáticos en sus propios territorios y supondrán, de alguna manera y con sus particularidades propias, un punto de inflexión en el desarrollo ideológico y político peninsular. Estos monarcas ya no deseaban que su legitimidad dependiera únicamente del pasado, se esforzaron por dejar su propia huella en la historia, por sí mismos, por sus acciones, por sus conocimientos y por sus victorias militares. Pretendieron legitimarse desde el presente y no desde el pasado, se reivindicaron como autores y protagonistas de su propia historia y no como personajes secundarios. 

Pretendo resumir, de la manera más breve y sencilla posible, el devenir histórico e ideológico de los cuatro grandes reinos hispanocristianos con la intención de plantear ciertas similitudes y sobre todo de demostrar la importancia de los siglos XIII y XIV en el desarrollo de las monarquías hispánicas. 

La mayoría de los que hemos crecido en la “zona castellana” tenemos grabado a fuego el nombre de Alfonso X “El Sabio” en nuestras mentes. Su Estoria de España, sus Siete Partidas, sus Cantigas y su Escuela de Traductores de Toledo han convertido a este monarca en el epítome del conocimiento y la sabiduría de la Castilla medieval. Se trata de un personaje que reconocemos por sí mismo y no en función de su linaje, un monarca que adquiere una personalidad propia, la representa y la plasma por escrito; y cuya influencia es aún patente en gran parte del imaginario medieval castellano. Pero su forma de entender la monarquía y el gobierno no murió con él, fue heredada y perfeccionada por sus sucesores. El reinado de su hijo, Sancho IV, estuvo plagado de dificultades, tuvo que enfrentarse directamente a un fuerte conflicto sucesorio, puesto que según las Partidas el trono correspondía a los infantes de la Cerda, hijos de su hermano premuerto y no a él. A su temprana muerte le sucedió Fernando IV cuyo reinado fue efímero. Alfonso XI alcanzó el trono siendo aún un niño y su reinado se extendió durante más de medio siglo, curiosamente el punto de inflexión se produce en 1340 tras la Batalla del Salado, una de las batallas más relevantes de la llamada “Reconquista” y que permitió al monarca castellano situarse en el mapa, cumplir de manera práctica el proyecto ideológico y de centralización del poder que había propuesto Alfonso X. A partir de esa victoria el poder efectivo de Alfonso XI se vio considerablemente reforzado, convirtiéndose en el gran representante del centralismo y la estabilidad del poder monárquico. A su muerte, el ascenso al trono de su hijo, Pedro I, conllevará el fin del modelo ideológico, pero también el fin de la dinastía, el inicio de una guerra civil castellana y el ascenso de la dinastía Trastámara al trono.

Por su parte, la “otra mitad” de la Península, la mitad oriental, no tiene como héroe a Alfonso X, su máximo icono monárquico es Jaime I o, como ellos prefieren, Jaume I. Como su equivalente castellano Jaime se reconoció a sí mismo como autor literario, defensor del conocimiento y propulsor de la cultura y el saber. Impulsó la redacción de crónicas y obras jurídicas, entre las que destacan el Llibre dels Fets, una obra autobiográfica firmada por el propio monarca, y el Vidal Mayor, la obra jurídica de mayor importancia del reino de Aragón. El reinado de Jaime I se caracterizó por su esplendor, cultural, político y militar. Consiguió la emancipación definitiva de los condados catalanes con respecto a su dependencia francesa gracias a un acuerdo con el rey Luis IX de Francia. Pero además logró convertirse en un gran héroe militar, la conquista de Valencia, Mallorca y Murcia le convirtieron por derecho en el máximo representante de la “reconquista” aragonesa, y tuvo tiempo incluso de iniciar su expansión por el Mediterráneo. En resumidas cuentas, su reinado fue uno de los más gloriosos y rememorados del mundo aragonés y su proyecto político se centró fundamentalmente en fortalecer a la Corona de Aragón en su conjunto, territorial, política, jurídica y socialmente. No en vano es conocido como El Conquistador y se ha convertido en el gran emblema medieval del contexto aragonés. Sus sucesores siguieron el modelo propuesto por Jaime I con bastante éxito y durante casi un siglo no sufrieron grandes crisis a nivel interno. En mi opinión, el último gran representante del proyecto iniciado por Jaime I fue Pedro IV, que logró incorporar definitivamente el reino de Mallorca a los territorios gobernados directamente por la Corona de Aragón, amplió los dominios mediterráneos de la corona con la conquista de los ducados de Atenas y Neopatria. Fue además responsable de una profunda renovación de las instituciones y de la administración de los diferentes reinos, reformas que se mantuvieron vigentes hasta la aplicación de los Decretos de Nueva Planta en el siglo XVII, con la intención de ampliar el poder monárquico. Sus reformas, su gobierno y sus formas le valieron el título de "El Ceremonioso". A finales del siglo XIV la Corona de Aragón sufrirá una gran crisis sucesoria que culminará con el ascenso al trono de una rama colateral de la dinastía Trastámara castellana. En 1412 tras el Compromiso de Caspe será elegido Fernando de Antequera como nuevo monarca aragonés.

El caso portugués, aunque menos conocido para nosotros, resulta sorprendentemente similar al castellano. A mediados del siglo XIII ascendió al trono Dinis o Dionisio I de Portugal, un monarca que destacó por su interés intelectual, fue reconocido entre sus contemporáneos como un rey sabio, director y escritor de diversas obras literarias, incluyendo un gran número de Cantigas, y logró convertir a Lisboa en uno de los centros culturales más importantes de la cristiandad occidental. Inició además una importante labor de traducción, recolección y conservación de obras clásicas, históricas y religiosas. Curiosamente a su muerte se produjo un periodo de gran inestabilidad en el reino de Portugal que llegó a generar una guerra civil entre Alfonso VI, su heredero legítimo, y Alfonso Suárez, su hijo bastardo. Alfonso IV logrará imponerse a su hermanastro y asumir el control del reino, participará junto a Alfonso XI en la Batalla del Salado, logrando tras la victoria consolidar su poder y poner fin a la inestabilidad del reino.

En cuanto a Navarra su destino se aleja en este periodo del mundo hispano y se acerca más a sus vecinos transpirenaicos. A pesar de los intentos de Sancho VII “El Fuerte” por legar su reino a un joven Jaime I, finalmente la corona fue a parar a Teobaldo de Champaña, conocido como “El Trovador” por su interés por la poesía y la cultura. Fue responsable además de la puesta por escrito del Fuero Antiguo que recopilaba el derecho consuetudinario navarro. Su gobierno se caracterizó por el acercamiento a los intereses de Francia, puesto que era conde de Champaña y un Capeto, por lo que se esforzó por ensalzar el poder de los monarcas navarros a imagen y semejanza de sus homólogos franceses. En esta cronología se incluye un segundo cambio de dinastía en Navarra. El ascenso al trono de Juana I y Felipe III de Evreux, también conocido como Felipe IV de Francia, provocó que durante los siguientes cincuenta años los destinos de Francia y Navarra estuvieran unidos, hasta el ascenso de la dinastía Valois y la separación de ambas coronas. 


Resulta evidente la importancia que tuvo este siglo en el desarrollo ideológico y político de los reinos hispanocristianos, pero además creo que es fácil observar ciertos paralelismos en cada una de estas realidades territoriales lo que me lleva a plantear que las comunidades políticas no pueden estudiarse como “islas” que se desarrollen de manera aislada unas de otras, sino que la ideología y el pensamiento político están en constante cambio y comunicación con otras realidades cuyo desarrollo transcurre de manera pareja. La historia no puede aislarse en pequeñas burbujas independientes, debe inscribirse dentro de un contexto; y cuanto más amplio sea este contexto mejor entenderemos como se desarrolla el pensamiento político.

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