Resulta evidente para cualquiera que me lea con regularidad
que mi área de interés principal es la ideología y la legitimación política. En
general estoy más interesada por la historia comparativa y de amplio contexto que
por la historia concreta y específica de una única realidad y, por este motivo,
he centrado mi investigación en el pensamiento político y la literatura desde un punto de vista comparado y que abarque todos los reinos cristianos peninsulares, concretamente en la cronología que se extiende entre 1250 y 1350. ¿Por qué esta cronología? Porque es, en mi opinión y siempre
dentro de mi especialidad, un siglo completa y absolutamente definitorio en el
desarrollo histórico e ideológico de la cristiandad occidental, especialmente en la Península Ibérica.
Dejando al margen el reinado de los Reyes Católicos, del que hablaré tarde o temprano, en la
segunda mitad del siglo XIII se concentran en el contexto hispano los reinados
más importantes y reconocibles de nuestra historia medieval. Me refiero, como
resulta evidente, al ascenso al trono de personajes como Alfonso X en Castilla,
Jaime I en Aragón, Dionisio I en Portugal y las dinastías francesas en Navarra. Pero
además, aproximadamente un siglo después se concreta en cada uno de estos
reinos un proyecto político de refuerzo de la autoridad monárquica que se
encarna en una serie de figuras especialmente reconocibles para los
historiadores aunque menos conocidas por el gran público, me refiero a los reinados de Alfonso XI en Castilla, Pedro IV en
Aragón, Alfonso IV en Portugal y Juana I y Felipe III de Evreux en Navarra.
Estos reinados, como los de sus predecesores, serán paradigmáticos en sus
propios territorios y supondrán, de alguna manera y con sus particularidades
propias, un punto de inflexión en el desarrollo ideológico y político
peninsular. Estos monarcas ya no deseaban que su legitimidad dependiera únicamente del
pasado, se esforzaron por dejar su propia huella en
la historia, por sí mismos, por sus acciones, por sus conocimientos y por sus
victorias militares. Pretendieron legitimarse desde el presente y no desde el
pasado, se reivindicaron como autores y protagonistas de su propia historia y no como personajes secundarios.
Pretendo resumir, de la manera más breve y sencilla posible, el devenir histórico e ideológico de los cuatro grandes reinos hispanocristianos con la intención de plantear ciertas similitudes y sobre todo de demostrar la importancia de los siglos XIII y XIV en el desarrollo de las monarquías hispánicas.
La mayoría de los que hemos crecido
en la “zona castellana” tenemos grabado a fuego el nombre de Alfonso X “El
Sabio” en nuestras mentes. Su Estoria de España, sus Siete Partidas, sus Cantigas y su
Escuela de Traductores de Toledo han convertido a este monarca en el epítome
del conocimiento y la sabiduría de la Castilla medieval. Se trata de un
personaje que reconocemos por sí mismo y no en función de su linaje, un monarca
que adquiere una personalidad propia, la representa y la plasma por escrito; y
cuya influencia es aún patente en gran parte del imaginario medieval castellano.
Pero su forma de entender la monarquía y el gobierno no murió con él, fue
heredada y perfeccionada por sus sucesores. El reinado de su hijo, Sancho IV,
estuvo plagado de dificultades, tuvo que enfrentarse directamente a un fuerte conflicto sucesorio, puesto que según las
Partidas el trono correspondía a los infantes de la Cerda, hijos de su hermano
premuerto y no a él. A su temprana muerte le sucedió Fernando IV cuyo reinado
fue efímero. Alfonso XI alcanzó el trono siendo aún un niño y su reinado se
extendió durante más de medio siglo, curiosamente el punto de inflexión se
produce en 1340 tras la Batalla del Salado, una de las batallas más relevantes
de la llamada “Reconquista” y que permitió al monarca castellano situarse en el
mapa, cumplir de manera práctica el proyecto ideológico y de centralización del
poder que había propuesto Alfonso X. A partir de esa victoria el
poder efectivo de Alfonso XI se vio considerablemente reforzado, convirtiéndose en el
gran representante del centralismo y la estabilidad del poder monárquico. A su
muerte, el ascenso al trono de su hijo, Pedro I, conllevará el fin del modelo
ideológico, pero también el fin de la dinastía, el inicio de una guerra civil
castellana y el ascenso de la dinastía Trastámara al trono.
Por su parte, la “otra mitad” de la Península, la mitad
oriental, no tiene como héroe a Alfonso X, su máximo icono monárquico es Jaime
I o, como ellos prefieren, Jaume I. Como su equivalente castellano Jaime se
reconoció a sí mismo como autor literario, defensor del conocimiento y
propulsor de la cultura y el saber. Impulsó la redacción de crónicas y obras
jurídicas, entre las que destacan el Llibre dels Fets, una obra autobiográfica
firmada por el propio monarca, y el Vidal Mayor, la obra jurídica de mayor
importancia del reino de Aragón. El reinado de Jaime I se caracterizó por su esplendor, cultural, político y militar. Consiguió la emancipación definitiva de los condados catalanes con respecto a su dependencia francesa gracias a un acuerdo con el rey Luis IX de Francia. Pero además logró convertirse en un gran héroe
militar, la conquista de Valencia, Mallorca y Murcia le convirtieron por
derecho en el máximo representante de la “reconquista” aragonesa, y tuvo tiempo
incluso de iniciar su expansión por el Mediterráneo. En resumidas cuentas, su reinado fue uno de los más gloriosos y
rememorados del mundo aragonés y su proyecto político se centró
fundamentalmente en fortalecer a la Corona de Aragón en su conjunto,
territorial, política, jurídica y socialmente. No en vano es conocido como El
Conquistador y se ha convertido en el gran emblema medieval del contexto aragonés. Sus sucesores siguieron el modelo propuesto por Jaime I con
bastante éxito y durante casi un siglo no sufrieron grandes crisis a nivel
interno. En mi opinión, el último gran representante del proyecto iniciado por Jaime I fue Pedro IV, que logró incorporar definitivamente el reino de Mallorca a los territorios gobernados directamente por la Corona de Aragón, amplió los dominios mediterráneos de la corona con la conquista de los ducados de Atenas y Neopatria. Fue además responsable de una profunda renovación de las instituciones y de la administración de los diferentes reinos, reformas que se mantuvieron vigentes hasta la aplicación de los Decretos de Nueva Planta en el siglo XVII, con la intención de ampliar el poder monárquico. Sus reformas, su gobierno y sus formas le valieron el título de "El Ceremonioso". A finales del siglo XIV la Corona de Aragón sufrirá una gran crisis
sucesoria que culminará con el ascenso al trono de una rama colateral de la
dinastía Trastámara castellana. En 1412 tras el Compromiso de Caspe será
elegido Fernando de Antequera como nuevo monarca aragonés.
El caso portugués, aunque menos conocido para nosotros,
resulta sorprendentemente similar al castellano. A mediados del siglo XIII
ascendió al trono Dinis o Dionisio I de Portugal, un monarca que destacó por su interés
intelectual, fue reconocido entre sus contemporáneos como un rey sabio,
director y escritor de diversas obras literarias, incluyendo un gran número de
Cantigas, y logró convertir a Lisboa en uno de los centros culturales más
importantes de la cristiandad occidental. Inició además una importante labor de
traducción, recolección y conservación de obras clásicas, históricas y
religiosas. Curiosamente a su muerte se produjo un periodo de gran
inestabilidad en el reino de Portugal que llegó a generar una guerra civil
entre Alfonso VI, su heredero legítimo, y Alfonso Suárez, su hijo bastardo.
Alfonso IV logrará imponerse a su hermanastro y asumir el control del reino, participará junto a Alfonso XI en la Batalla del Salado, logrando tras la
victoria consolidar su poder y poner fin a la inestabilidad del reino.
En cuanto a Navarra su destino se aleja en este periodo del
mundo hispano y se acerca más a sus vecinos transpirenaicos. A pesar de los
intentos de Sancho VII “El Fuerte” por legar su reino a un joven Jaime I,
finalmente la corona fue a parar a Teobaldo de Champaña, conocido como “El
Trovador” por su interés por la poesía y la cultura. Fue responsable además de
la puesta por escrito del Fuero Antiguo que recopilaba el derecho
consuetudinario navarro. Su gobierno se caracterizó por el acercamiento a los
intereses de Francia, puesto que era conde de Champaña y un Capeto, por lo que se
esforzó por ensalzar el poder de los monarcas navarros a imagen y semejanza de sus homólogos franceses. En esta
cronología se incluye un segundo cambio de dinastía en Navarra. El
ascenso al trono de Juana I y Felipe III de Evreux, también conocido como
Felipe IV de Francia, provocó que durante los siguientes cincuenta años los destinos de
Francia y Navarra estuvieran unidos, hasta el ascenso de la dinastía Valois y la separación de ambas coronas.
Resulta evidente la importancia que tuvo este
siglo en el desarrollo ideológico y político de los reinos hispanocristianos, pero
además creo que es fácil observar ciertos paralelismos en cada una de estas
realidades territoriales lo que me lleva a plantear que las comunidades
políticas no pueden estudiarse como “islas” que se desarrollen de manera aislada
unas de otras, sino que la ideología y el pensamiento político están en
constante cambio y comunicación con otras realidades cuyo desarrollo transcurre de manera pareja. La historia no puede aislarse en pequeñas burbujas
independientes, debe inscribirse dentro de un contexto; y cuanto más amplio sea
este contexto mejor entenderemos como se desarrolla el pensamiento político.
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