miércoles, 27 de enero de 2016

Amilcar Barca: Avanzando hacia la segunda Guerra Púnica

Hace 2300 años el Mediterráneo occidental empezaba a ser un espacio demasiado pequeño para satisfacer las crecientes ambiciones económicas de romanos y cartagineses. La lucha por la supremacía era consecuencia, por una parte de la necesidad que tenia Roma de consolidar  su hegemonía en la península italiana; por otra, de la política de alianzas de Roma con las colonias griegas. En el mismo escenario se movía Cartago, que tras su derrota en la Primera Guerra Púnica sufría una profunda crisis que afecto a su estructura económica y política. Las enormes pérdidas materiales de la guerra y la fuerte carga que supusieron las compensaciones de guerra impuestas por Roma a Cartago obligaron a buscar soluciones.




Entre las soluciones había dos posibilidades, en un primer lugar se optó por la solución de Hannon el Grande, que intentó de convencer a los ejércitos que se desmovilizaban para que aceptaran un pago menor, lo que provocaría revueltas y finalmente un conflicto armado conocido como la guerra de los mercenarios. Solo tras un gran esfuerzo, y a la unión de los partidarios de los Barca, Hanon y otros líderes cartagineses se consiguió sofocar la revuelta y aniquilar a los insurgentes. Mientras tanto, Roma aprovechaba para arrebatar al dominio cartaginés las islas de Córcega y Cerdeña, que fueron entregadas por mercenarios rebeldes. Cartago, evidentemente, eleva su queja aludiendo al tratado de Paz; pero Roma básicamente se ríe de Cartago declarando nuevamente la Guerra y ofreciendo la paz a cambio de la entrega oficial de ambas islas, a lo que Cartago tuvo que aceptar de forma impotente en el 238 a.C.

Esta nueva situación hizo que la posición de Hannon dentro de la política Cartaginesa se cuestionara, pasando a cobrar protagonismo la opción de la familia Barca que abogaba por una expansión del territorio Cartaginés, pero no a través de estados clientelares, sino un control real del territorio, poniendo su vista en la Península Ibérica y su riqueza natural, los metales preciosos. Se organizó una expedición militar, liderada por Amilcar Barca, que de forma disimulada desembarcó en la Península Ibérica en el 237 a.C., debemos recordar que una de las cláusulas de la paz con Roma era la destrucción completa de la flota militar cartaginesa.  La explicación dada a los romanos cuando pidieron explicaciones por este movimiento fue que se hizo para obtener los recursos necesarios para poder pagar la indemnización de guerra.

La actitud imperialista de Amilcar fue tempranamente percibida por los indígenas que trataron de oponerse; las fuentes mencionan enfrentamientos con turdetanos, iberos y celtas, estos últimos bajo el mando de Istolacio, que tras su derrota son incorporados  en el ejército cartaginés, esto permitirá a Amilcar lanzarse a la conquista del valle del Guadalquivir. Claramente buscaba establecer un control solido sobre la región minera de Riotinto.

La irrupción de Cartago, y su poderoso ejército, debió de suponer un fuerte impacto en la Península Ibérica, que no estaban acostumbrados a este nuevo concepto de guerra que buscaba el control y conquista de núcleos poblados, frente a un modelo anterior más estacional que estaba centrado en el saqueo de campos.

Junto a estas actividades militares, Amilcar se apresuró a realizar un intenso esfuerzo negociador con aquellos líderes y reyezuelos que no se le oponían, esto le permitió no solo disponer de las riquezas metalúrgicas, sino también efectivos para sus ejércitos, además de establecer rutas seguras para la mercancía hasta los puertos.


Como colorario de sus actividades, Amilcar habría fundado una ciudad, Akra Leuke, que sin demasiadas pruebas se ha tratado de vincular con Alicante. Al poco de su fundación moriría en Helice, lo que mostraría que aun en las áreas entre la meseta suroriental y la Alta Andalucía aún había focos de resistencia

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