lunes, 11 de enero de 2016

Cine e historia: ¿enemigos irreconciliables?



La mayoría de los historiadores, profesionales y aficionados, se echan las manos a la cabeza cada vez que ven una película histórica, y quien dice película dice serie, novela, documental o cualquier formato que pueda utilizar la historia como base o como fuente de inspiración sin ser particularmente riguroso. Pero debemos preguntarnos qué tipo de rigor es necesario y cuál no, qué conceptos son demasiado complejos para explicarlos visualmente, por qué algunas cuestiones se entienden mejor introduciendo cambios, cuál es la finalidad de una película o serie y sobre todo qué tipo de lenguaje utiliza.




Personalmente soy una firme defensora de las ventajas y facilidades que ofrece el medio audiovisual para la difusión, explicación y visualización de la historia. Creo que es una fuente inagotable de recursos educativos, formativos y de entretenimiento y la mejor forma que tenemos de acercar el pasado al conjunto de la sociedad. Hacer historia sesuda, investigaciones profundas, con un análisis complejo y con un lenguaje en ocasiones aún más complejo es útil y necesario para mejorar, matizar y ampliar nuestro conocimiento histórico, pero también es un tipo de conocimiento accesible a una pequeña minoría que dedica su vida al estudio de la historia. Pero conocer el pasado, de una forma u otra, puede resultar también útil e interesante para otros sectores de la población, quizás menos especializados, pero que disfrutan del relato y la ambientación histórica, ya sea por el romanticismo que evoca, por una predilección especial, por sana curiosidad intelectual o por el más puro y simple de los entretenimientos. Porque yo, que considero la historia mi vocación y mi ideal de futuro laboral, cuando voy al cine es para entretenerme, para echar un par de horas de risas, de lágrimas o de adrenalina y volverme a mi casa tan campante; y no me hace falta tener un profundo debate interno para disfrutar de una película. Si, lo confieso, soy una hereje y una adicta, porque encima si se equivocan hasta disfruto más, criticando todo lo criticable.
Pero es que además una película histórica puede despertar nuestra curiosidad, el interés por conocer más en profundidad el periodo histórico, o en otras palabras, acercar al público mayoritario a la investigación, sacar de las polvorientas estanterías esas brillantes monografías escritas por hombres y mujeres más inteligentes que nosotros, pero cuyo trabajo, repercusión y fama se ha limitado a unos pocos. Que feliz sería Eric Hobsbawm si cada vez que alguien ve un kilt en la televisión decidiera leer su libro “La invención de la tradición”. Pero no hace falta ir tan lejos para que ver una película o serie histórica resulte útil e interesante. El cine puede utilizarse en los colegios para mostrar a los más pequeños de forma clara y visual conceptos que por escrito resultan tediosos y complejos. ¿No entendería mejor un adolescente de 14 o 16 años, con la guía de un maestro, la sociedad medieval viendo El nombre de la rosa o El Séptimo Sello? ¿No sería más sencillo explicar la Inglaterra Tudor viendo “Un hombre para la eternidad” o la Roma imperial con “Yo, Claudio”?

El lenguaje audiovisual tiene sus ventajas, pero también tiene una serie de límites y vicios. Y es justo referirnos a algunos de esos problemas para poder establecer los límites que tiene el cine como representación histórica. 

La historia es rica, plural y compleja, adaptar aunque sea un breve periodo es una labor titánica similar a la que conlleva adaptar una novela pero con un problema añadido, la veracidad y la pretensión de historicidad. Esto lleva a utilizar un recurso que algunos autores han denominado “ventana al pasado”, es decir, el uso de imágenes reconocibles, muchas extraídas del arte, que aportan una falsa sensación de veracidad histórica. Hacen creer al espectador que está viendo el pasado tal y como ocurrió, sin embargo, los historiadores no pueden conocer el pasado, se limitan a plantear los escenarios más posibles para explicar determinados comportamientos históricos, pero de ninguna manera, a menos que nos regaléis una máquina del tiempo, podremos saber con certeza si nuestra explicación del pasado es correcta.

El lenguaje audiovisual tiene además tiene una serie de problemas añadidos, al fin y al cabo el medio escrito, propio de las monografías históricas, tiene una serie de facilidades explicativas de los que el mundo audiovisual carece. Resulta particularmente complejo definir un concepto polémico o plasmar las diferentes hipótesis de un debate historiográfico visualmente. Por poner un ejemplo, el concepto de feudalismo es especialmente difícil de definir y de enmarcar dentro de un discurso historiográfico incluso para los propios historiadores, sin embargo, el medio escrito te permite dedicar páginas y páginas a dilucidar de la mejor forma posible tu opinión y aportar las pruebas que consideras necesarias para sustentar tu hipótesis. Una película o serie no puede actuar de la misma manera, debe presentar esa problemática en un puñado de fotogramas y de una manera lo suficientemente clara para que aquellas personas que no están familiarizadas con el término y el período capten y entiendan lo esencial de ese concepto. Lo mismo ocurre cuando nos referimos a debates ideológicos complejos, un investigador puede dedicar toda su carrera a estudiar el absolutismo, mientras que una película sobre Luis XIV debe utilizar una frase, una actitud o una imagen para dar una idea sobre qué es el absolutismo. Es imposible que en un par de escenas puedan explicar lo mismo que un historiador durante toda su carrera.

No debemos olvidar que al final el cine es, y siempre será, un negocio. Y como todo negocio su principal interés es salir rentable, es decir, vender entradas. Por este motivo es normal que se potencien aquellos aspectos que resulten más atractivos para el público general, en ocasiones forzando los límites históricos para incluirlos, y que se obvien cuestiones menos interesantes desde el punto de vista del entretenimiento. Pero además el cine y la televisión, como cualquier novela, o incluso como cualquier monografía, son fruto del contexto temporal y geográfico en el que se desarrollan. Así una película de los años 40 o 50 no tendrá las mismas características, ni objetivos, que una estrenada en 2015. Pero tampoco tendrá la misma información, las mismas fuentes, ni los mismos asesores. La historia como cualquier disciplina tiene diversas corrientes de pensamiento y, por lo tanto, dos historiadores especializados en la misma época pueden tener opiniones completamente distintas y esta diferencia de opiniones puede afectar radicalmente al planteamiento de una película. 

La necesidad de adaptarse a las necesidades y gustos de los consumidores lleva a la inclusión de una serie de anacronismos y presentismos que favorecen una mayor identificación entre los personajes y los espectadores, pero que generalmente llevan a errores históricos. Los presentismos son los más comunes y los más graves de los errores cinematrográficos, al fin y al cabo cometer un anacronismo con un objeto, como introducir una armadura del siglo XV en una película ambientada en el siglo XII no deja de ser una anécdota, pero introducir un concepto del presente, como la idea de la libertad individual en un discurso de una época anterior a la contemporánea puede llevar a errores de comprensión. Es bastante habitual que los héroes históricos como Alejandro Magno, el Rey Arturo o William Wallace aparezcan alentando a las tropas con promesas de libertad e independencia, cuando son ideas totalmente ajenas a su época y que no encajan con el pensamiento histórico. Algo similar esta ocurriendo en los últimos años con la introducción de lo que podríamos denominar feminismo histórico, la tendencia a dotar de una serie de atribuciones impropias de su época a las grandes mujeres de la historia.

Otro de los condicionantes a tener en cuenta es la nacionalidad de la película, en general y por norma, en nuestro mundo occidental, las productoras cinematográficas privilegian la historia nacional, europea, occidental y blanca. Y en muchas ocasiones cuando se trata de presentar otro tipo de sociedades se tiende a hacerlo desde la perspectiva de occidente. El nacionalismo plantea también un problema a la hora de entender la historia, cada país tiene su propia concepción del pasado y cuando entran en contacto muchas veces la historiografía entra en conflicto. Uno de los ejemplos más claros de la influencia del patriotismo y del nacionalismo que podemos encontrar desde el punto de vista español es el tratamiento que se da a la Armada Invencible. El mundo anglosajón, responsable de la mayoría de las películas dedicadas a Isabel Tudor presenta la derrota de la Armada como una hecatombe que prácticamente supuso el principio del fin del imperio hispánico, mientras que un historiador español difícilmente tendrá la misma opinión y dará mayor importancia a las inclemencias atmosféricas y geográficas de la costa británica que a la acción de la Reina Virgen.

Si bien conviene tener presentes estos vicios y limitaciones cuando vamos al cine, las películas y las series son el mejor medio a nuestro alcance para dar a conocer la historia, para difundirla y para hacer que resulte interesante. Así que desde aquí os animo a que veáis cine histórico, a que disfrutéis, a que os entretengáis, a que aprendáis y a que os informéis.

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