miércoles, 18 de mayo de 2016

La guerra de Segeda o el arte de la guerra en Roma.

Diez años después de la batalla de Pidna (168 a.C.), la grave crisis producida por la Tercera Guerra Macedónica pareció encauzarse a gusto de Roma, a lo que se suma la transformación de la reciente provincia de Hispania en un hervidero de revueltas. La sincronía entre los sucesos  peninsulares y las obligaciones militares romanas en otros lugares del Mediterráneo no debe extrañar, convirtiendo la aventura romana en Hispania en un proceso escalonado.



En el 154 a.C. el pretor de la provincia Ulterior, volvió a atacar a los lusitanos, que bajo el mando de un tal Púnico, volvieron a realizar incursiones en la provincia Romano, llegando a derrotar al ejercito conjunto de los gobernadores provinciales, llegando a aniquilar una legión entera. El envalentonado ejercito de Púnico, con ayuda de los belicosos Vetones, llegaron a saltar el estrecho  de Gibraltar  y ampliar sus correrías por el norte de África, donde Púnico falleció pero la revuelta no finalizó.

Mientras esto ocurria, en Celtiberia un oppidum estaba dispuesto a saltarse los pactos gracanos y ampliar su perímetro amurallado debido a que la anexión de diversos enclaves cercanos había provocado un considerable aumento de la población del Oppidum. Esta ciudad era Segeda, de la gens conocida como los Belos, y a pesar de las embajadas de los Segedanos los argumentos fueron desestimados y Roma declaró la Guerra.

La seriedad con la que Roma se tomó el asunto queda clara cuando Roma asigna el gobierno de la Citerior a uno de los dos cónsules del año 153 a.C. Quinto Fulvio Nobilior, mientras que la Ulterior recibiría su habitual pretor.

El despliegue de 30.000 soldados frente a Segeda hizo que sus habitantes (que no habían terminado de cerrar el cinto fortificado) se vieran obligados a abandonar el oppida y refugiarse entre los belicosos arévacos. La persecución de los fugitivos segedanos hizo que Nobilior tuviera que invadir el territorio Arévaco, cuyo enclave más importante era Numancia, donde tuvo que enfrentarse a una coalición  de fuerzas de la zona, que le derrotaron. Pero esto no acobardo al cónsul romano, que tras varias escaramuzas decidió asaltar la ciudad, pero la estación estaba tan adelantada que no debió darle tiempo más que para establecer el cerco. Allí debió recibir a su sucesor Claudio Marcelo, un hombre de gran prestigio y que conocía bien Hispania, lo que era un nuevo síntoma de lo delicada que era la situación.

La estrategia del nuevo cónsul cambió radicalmente, se retiró de Numancia y prefirió combinar fuerza y diplomacia, actuando militarmente en los bordes de la zona de conflicto y negociando de forma individual con cada uno de los componentes de la coalición. Con lo que consiguió que la mayoría, incluso los arévacos enviasen  embajadores a Roma para negociar los termino de un nuevo acuerdo con el espíritu del anterior, pero el pacto fue desautorizado por el senado que tacho a Marcelo de blando, e impuso la continuidad de la guerra. El cónsul acató la decisión y tras invernar en la Ulterior, ataco el núcleo central de Celtiberia, logrando encerrar a los numantinos tras sus muros y forzando a que estos y sus vecinos firmasen un nuevo tratado de paz con Roma.


Lo sucedido en Segeda demuestra que Roma no hizo muchos esfuerzos por evitar la guerra, es más estaba más que predispuesta a llevarla a cabo. Y hizo uso de pretextos circustanciales, siendo muy parecido a otros casos, como el Casus Belli  usado para declarar la guerra a Cartago.
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