Diez años después de la batalla de Pidna (168 a.C.), la grave crisis producida por la Tercera Guerra Macedónica pareció encauzarse a gusto de Roma, a lo que se suma la transformación de la reciente provincia de Hispania en un hervidero de revueltas. La sincronía entre los sucesos peninsulares y las obligaciones militares romanas en otros lugares del Mediterráneo no debe extrañar, convirtiendo la aventura romana en Hispania en un proceso escalonado.
En el 154 a.C. el pretor de la
provincia Ulterior, volvió a atacar a los lusitanos, que bajo el mando de un
tal Púnico, volvieron a realizar incursiones en la provincia Romano, llegando a
derrotar al ejercito conjunto de los gobernadores provinciales, llegando a
aniquilar una legión entera. El envalentonado ejercito de Púnico, con ayuda de
los belicosos Vetones, llegaron a saltar el estrecho de Gibraltar
y ampliar sus correrías por el norte de África, donde Púnico falleció
pero la revuelta no finalizó.
Mientras esto ocurria, en
Celtiberia un oppidum estaba dispuesto
a saltarse los pactos gracanos y ampliar su perímetro amurallado debido a que
la anexión de diversos enclaves cercanos había provocado un considerable
aumento de la población del Oppidum. Esta ciudad era Segeda, de la gens conocida como los Belos, y a pesar
de las embajadas de los Segedanos los argumentos fueron desestimados y Roma
declaró la Guerra.
La seriedad con la que Roma se
tomó el asunto queda clara cuando Roma asigna el gobierno de la Citerior a uno
de los dos cónsules del año 153 a.C. Quinto Fulvio Nobilior, mientras que la
Ulterior recibiría su habitual pretor.
El despliegue de 30.000 soldados
frente a Segeda hizo que sus habitantes (que no habían terminado de cerrar el
cinto fortificado) se vieran obligados a abandonar el oppida y refugiarse entre los belicosos arévacos. La persecución de
los fugitivos segedanos hizo que Nobilior tuviera que invadir el territorio Arévaco,
cuyo enclave más importante era Numancia, donde tuvo que enfrentarse a una
coalición de fuerzas de la zona, que le
derrotaron. Pero esto no acobardo al cónsul romano, que tras varias escaramuzas
decidió asaltar la ciudad, pero la estación estaba tan adelantada que no debió
darle tiempo más que para establecer el cerco. Allí debió recibir a su sucesor
Claudio Marcelo, un hombre de gran prestigio y que conocía bien Hispania, lo
que era un nuevo síntoma de lo delicada que era la situación.
La estrategia del nuevo cónsul cambió
radicalmente, se retiró de Numancia y prefirió combinar fuerza y diplomacia,
actuando militarmente en los bordes de la zona de conflicto y negociando de
forma individual con cada uno de los componentes de la coalición. Con lo que
consiguió que la mayoría, incluso los arévacos enviasen embajadores a Roma para negociar los termino
de un nuevo acuerdo con el espíritu del anterior, pero el pacto fue
desautorizado por el senado que tacho a Marcelo de blando, e impuso la
continuidad de la guerra. El cónsul acató la decisión y tras invernar en la
Ulterior, ataco el núcleo central de Celtiberia, logrando encerrar a los
numantinos tras sus muros y forzando a que estos y sus vecinos firmasen un
nuevo tratado de paz con Roma.
Lo sucedido en Segeda demuestra
que Roma no hizo muchos esfuerzos por evitar la guerra, es más estaba más que
predispuesta a llevarla a cabo. Y hizo uso de pretextos circustanciales, siendo
muy parecido a otros casos, como el Casus
Belli usado para declarar la guerra
a Cartago.
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