miércoles, 4 de noviembre de 2015

El guerrero celtibérico

La guerra es un acto que implica por completo al individuo que participa de la misma, la hace y la padece el individuo. La guerra compleja desarrollada durante la protohistoria de la península Ibérica es por su estructura, desarrollo y consecuencias una guerra total. Los recursos humanos que se emplean, suponen un gran esfuerzo a las poblaciones, tanto por la pérdida  de mano de obra especializada como por el descenso de personas en edad fértil que forman parte del potencial de crecimiento de las estructuras sociales.
Detalle Vaso de los guerreros Numancia
Detalle Vaso de los guerreros Numancia
Visto en: http://www.soriaymas.com/ver.asp?tipo=articulo&id=1447



            Los textos referidos a las comunidades celtibéricas entre finales del siglo III a.C. y los siglos II y I a.C. Definen la existencia de una elite social, ésta estaría compuesta por unos individuos que tendrían un ascendente en su comunidad en función de su valor militar, uno de los componentes más destacados del conjunto de ideales celtibéricos lo encontraríamos en el caso del Numantino  Retogenes, del que gozarían esencialmente los miembros destacados de la juventud de las ciudades dispuesta a  empuñar las armas, asociados a la figura de los équites en cuanto a posición social y preparación militar, dado de que la guerra  y el combate formarían  el elemento principal  que designaría y permitiría mantener su estatus. Vinculados a un prínceps, juntos estos grupos conformarían unidades compactas, semejantes a la que Alucio presenta a Publio Cornelio Escipión.
           
            La élite guerrera mantenía su cohesión a partir de la creencia y aplicación de un conjunto de ideas entre las que los valores heroicos y del guerrero eran valores predominantes. La muerte en combate era el único fin digno para los guerreros, siendo deshonroso el fallecimiento por enfermedad o sin cumplir las expectativas que el grupo depositaba en dicho individuo como miembro del mismo. Un ejemplo de esta visión de la vida la encontraríamos cuando los numantinos, durante la fase final del asedio de su oppida y perdida ya toda esperanza de ser socorridos o de poder romper el cerco al que les tenia sometido Publio Cornelio Escipión Emiliano, le exigen que accedan a presentar batalla campal con la idea de mantener su esperit de corps  y así poder morir con orgullo como  hombres libres en batalla. El caído en el campo de batalla  no era incinerado, puesto que la purificación era innecesaria al ser el propio hecho de sucumbir heroicamente en sí mismo una forma de purificación.  El cadáver del caído permanecía en el campo del honor para ser devorado por los buitres, en una forma de entender el ascenso del caído al lado de los dioses tras la ingesta de su carne.  Este ritual viene representado en la cerámica pintada celtibérica, así como en otros soportes  como es el caso de la Estela de El Palao (Teruel).

            Para los celtíberos, el ideal del guerrero se expresaba mediante el combate individual que permitía demostrar el valor ante los "nobiles" de la propia estructura social, en dichos combates se retaba  a sus enemigos para obtener el prestigio del triunfo. El honor obtenido en estos combates tenía una gran importancia gentilicia, y por lo tanto seria clave para el ascenso social no solo del vencedor, sino también de la estructura familiar o gentilicia a la que pertenecía.

            El modo de combatir celtibérico, como en otros casos peninsulares, no debía diferir mucho de la forma de batallar del mundo antiguo, con formaciones cerradas con un inicio de lanzamiento de dardos y jabalinas, y un posterior choque de fuerzas donde la espada y el escudo son claros protagonistas. En este modo podemos encontrar dos formas de guerreros, por los lados deberíamos poder encontrar los soldados de infantería, o infantes, soldados a pie; y por el otro lado encontraríamos la caballería, soldados entrenados o preparados para combatir a lomos de caballos. De esta forma podemos comprobar, que además viene referido en las fuentes que el modo de combatir de las poblaciones celtibéricas, no era muy distinta a la de otras culturas del mundo antiguo mediterráneo, y por lo tanto, no se escaparía tampoco la importancia de la caballería a la hora de conformar los ejércitos.

            La caballería celtibérica se conformaba a partir de las elites más pudientes de la sociedad celtibérica, de forma que solo aquellos que tuvieran la capacidad económica para mantener un animal de monta podrían tenerlo. De esta forma, y así queda vislumbrado en las fuentes la caballería formaría un grupo mínimo, pero muy importante en los ejércitos celtibéricos. De hecho el caballo alcanzo una posición como elemento de prestigio muy importante dentro de la sociedad celtibérica y de la conformación de sus ejércitos, este hecho se deja ver muy bien en el capítulo de la Segunda Guerra Púnica, en la que Publio Cornelio Escipión, el futuro "el africano", al conquistar Cartago Nova y liberar a los Rehenes regala caballos a los líderes locales, y estos los reparten entre sus fieles.
Respecto a la forma de combatir celtibérica, es interesante resaltar que los autores clásicos hacen especial hincapié en señalizar que la caballería celtibérica podía combatir de dos formas, una montada sobre sus caballos y al modo "normal" de la caballería, hostigando los flancos y retaguardias, o la otra forma en la que se desplazaban de forma rápida y eficaz a una zona vulnerable del campo de batalla, en esa posición desmontarían de sus caballos y se unirían al frente como soldados de infantería.
Así nos lo muestra Polibio.

“Esto tienen de particular los celtíberos en la guerra: cuando ven que sus infantes ceden, descabalgan y dejan los caballos dispuestos en formación; al efecto disponen unos pequeños clavos al extremo de las riendas, los que clavan en el suelo enseñando a los caballos a no moverse de la fi la hasta que ellos vuelven y arrancan los clavos. Los celtíberos sobresalen en mucho entre los demás pueblos en la fabricación de espadas. Sus espadas tienen en efecto una punta resistente y un tajo cortante por los dos lados. Por lo cual los romanos desde los tiempos de Aníbal abandonaron las espadas de sus antepasados cambiándolas por las de los iberos. Pero si pudieron imitar la forma, nunca lograron alcanzar la calidad del hierro y la perfección de la factura”

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