Many's the lad fought on that day,Well the Claymore could wield,When the night came, silently lay,Dead in Culloden's field.
Burned are their homes, exile and death,Scatter the loyal men,Yet ere the sword cool in the sheath,Charlie will come again.
Skye Boat Song
Hace 270 el mundo de las highlands escocesas sucumbía bajo el
poder del ejército inglés. La forma de vida, que había prosperado
durante siglos en los antiguos páramos y majestuosos castillos, se
derrumbaba sin remedio por la excesiva ambición de un joven
príncipe. Ya comentamos anteriormente a grandes rasgos el desarrollo
de los levantamientos jacobitas, pero es hora de centrarnos de manera
particular en el último de ellos, el levantamiento de 1745.
La pérdida de la corona por parte de la dinastía Estuardo
conllevo varias rebeliones armadas que trataron, sin éxito, de
devolver al trono al monarca católico. La muerte de Jacobo II en
1701 no puso fin a los levantamientos sino que, al igual que ocurrió
con las fuerzas carlistas, los jacobitas no se rindieron y
continuaron reclamando la vuelta de sus sucesores al trono. En 1745
le tocó el turno al joven Carlos Eduardo Estuardo, más conocido
como el Bonnie Prince Charles, nieto de Jacobo II e hijo del
pretendiente de 1715, Jacobo III. Nacido en el exilio, a sus
veinticinco años cuando estalló la rebelión nunca había pisado
tierras británicas. Criado en Roma y Bolonia bajo la protección del
papa Clemente XI se educó en el más ferviente catolicismo y en la
necesidad de librar a su pueblo de la amenaza protestante.
Sus aspiraciones regias le llevaron en 1744 a visitar París e
instalarse en la corte de Luis XV, su intención era lograr el apoyo
francés para lograr conquistar el trono. Su primo, sin embargo, no
estaba dispuesto a ser especialmente generoso, si bien por su
relación familiar se vio obligado a otorgarle algunas cantidades de
dinero y la promesa de enviar tropas cuando estallara el conflicto, estas fueron casi insignificantes si tenemos en cuenta que el
joven aspirante esperaba entrar en Inglaterra con el respaldo del
ejército francés a sus órdenes. A pesar de su precaria situación
el joven príncipe decidió cruzar Calais en julio 1745, buscar el
apoyo de los clanes escoceses e iniciar un nuevo levantamiento.
Los primeros meses de su rebelión fueron todo un éxito, logró
sin apenas problemas hacerse con el control de las highlands y las
zonas rurales en torno a Edimburgo. En septiembre de ese mismo año
se decidió avanzar hacia la ciudad y tras una gran victoria militar. La Batalla de Prestonpans, en la que los escoceses habían logrado imponerse al temible ejército británico con una táctica
inesperada, atacaron en medio de la noche con tropas, a priori, menos
experimentadas y con un armamento más precario, su victoria fue
aclamada y alzó la moral de las tropas lo que les llevó a avanzar
rápidamente hacia territorio inglés. Todo parecía posible en aquel
momento, se conquistaron algunas plazas fuertes al norte de la propia
Inglaterra sin apenas esfuerzo, como Carlisle o Manchester, y se
adentró profundamente en territorio inglés, acercándose
peligrosamente a la propia Londres.
El joven pretendiente encontró un apoyo social menor de lo
esperado en su acercamiento a la capital inglesa y eso le llevó a
dudar si debía o no conquistarla. El prometido apoyo francés no
acababa de llegar, mientras el General George Wade y el Duque de Cumberland,
defendían la ciudad con una milicia aún sin entrenar. Para mejorar
sus posibilidades los ingleses hicieron llegar un falso informe sobre
la existencia de otro brazo armado del ejército que amenazaba con
cercarles por el norte. La duda del Bonnie Prince meses más tarde se demostró
fatal. La cercanía del invierno y la imposibilidad de combatir bajo
ese clima le obligó a retrasar sus filas hasta Glasgow en diciembre
y en tras una nueva victoria en los alrededores de Falkirk se
decidieron a pasar allí, a duras penas, la fría estación.
Cuando el clima permitió combatir de nuevo las tropas escocesas
estaban exhaustas, hambrientas y desmoralizadas después de varios
meses de inactividad, lejos de sus familias y hogares. Las tropas de
highlanders tenían un armamento precario, pocos de ellos portaban
espada y las armas de fuego eran aún menos numerosas, los demás
debieron armarse de forma improvisada con lo que su labor en el campo
les permitía, mientras que las tropas inglesas estaban bien
alimentadas, armadas y pertrechadas para el combate. A pesar de sus
esfuerzos las tropas jacobitas perdieron varios enfrentamientos y
tuvieron que retirarse hacia el norte, fracasando en la captura de
plazas tan simbólicas como el castillo de Stirling o Fort William.
En abril de 1746 la situación era insostenible, las tropas
escocesas se encontraban al borde de la extenuación, mientras que el
ejército de Cumberland se acercaba rápida y violentamente. El 14 de
abril se vieron obligados a tomar la decisión de enfrentarse a toda
la fuerza del ejército británico o rendirse y esperar clemencia. El
Bonnie Prince decidió quemar su último cartucho y tomar el mando de
sus tropas en una nueva batalla a campo abierto en el páramo de Culloden. En el
amanecer del 16 de abril se inició la tragedia. El Duque de
Cumberland, al que sus acciones aquel día le valdrían el apodo del
Carnicero, ordenó arrasar a las tropas de las highlands a las que
superaban al menos tres veces en número.
En apenas una hora
Cumberland acabó con toda una forma de vida, con sus tradiciones,
con su cultura. Masacró sin consideración al menos a 1.250
highlanders, hirió a otros mil e hizo prisioneros al menos a 500 más
y a cambio recibió apenas medio centenar de muertos en sus filas.
Una vez concluida la batalla ordenó ejecutar a todos los jacobitas
heridos y prisioneros con la intención de sentar un precedente que
evitar futuros levantamientos. Únicamente los líderes de los clanes
sobrevivieron, aunque de manera efímera, puesto que fueron juzgados
y ejecutados posteriormente. Sólo un pequeño grupo logró huir del campo de batalla y
llevarse con ellos al fracasado pretendiente hasta la isla de Skye.
Carlos logró finalmente huir de Escocia y refugiarse en Francia,
según cuenta la leyenda, haciéndose pasar por la doncella de Flora
MacDonald, una adinerada dama favorable a la causa jacobita perteneciente a la familiar que le había alojado en Skye.
Los simpatizantes jacobitas, los combatientes huidos y
prácticamente cualquier habitante de las highlands que hubiera
alzado la voz alguna vez en favor de la causa fueron encarcelados
tras la batalla de Culloden, la mayoría de ellos acabaron siendo
esclavizados y enviados a las colonias, los demás estuvieron
encarcelados durante varios años o desaparecieron sin dejar rastro. Pero el castigo por desafiar a
Inglaterra no acabó ahí. El rey dictó varias leyes que acabarían
definitivamente con la forma de vida de las highlands. Se destruyó
el sistema de clanes y su estructura feudal, se prohibió el el uso del kilt, el tartán y cualquier otra prenda que
pudiera resultar representativa de las highlands, incluyendo las
gaitas que se consideraron armas de guerra. Se prohibió la religión
católica y la episcopaliana, se controló y acosó a la población
durante años, mediante la construcción de nuevos cuarteles y se
enviaron más efectivos a la zona para evitar revueltas y controlar
el terreno. En definitiva, se quemaron hasta las raíces de una
cultura que había sobrevivido en Escocia durante siglos.
Quizás Carlos debió haber frenado su ambición tras tomar
Edimburgo, quizás debió tomar Londres. Las tropas francesas
debieron haber llegado antes o haberle acompañado. Quizás la
excesiva ambición del joven príncipe fue precisamente su perdición,
pero también había sido educado precisamente para llevar a cabo esa
misión. ¿Debemos culpar al Bonnie Prince por sus decisiones? ¿a
sus consejeros? ¿a los ingleses por su castigo desproporcionado? En
una guerra es difícil, y absurdo, buscar culpables. Nunca sabremos
que pudo pasar si las circunstancias hubieran sido otras, lo único
que sabemos es que Culloden se convirtió en la batalla más trágica
y dolorosa para el corazón de Escocia y destruyó su forma de vida
tal y como la habían conocido. Por eso, hoy, 270 años después, es
hora de dar un pequeño homenaje a aquellos hombres que murieron por
defender su tierra, su cultura y sus tradiciones.
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