Las interpretaciones étnicas han venido disfrutando de una larga y continuada tradición en la investigación española. Especialmente durante los últimos años se ha venido viendo una serie de estudios sobre la historia de la arqueología que se han caracterizado por un notorio esfuerzo de sus autores por vincular práctica científica y poder político institucionalizado. Ese interés ha surgido, sobre todo, de un ansia de aprender el significado de la propia disciplina, integrada en una determinada contextualización histórica. De hecho, en última instancia, será usada para poder explicar de forma coherente las principales líneas de investigación, los sitios excavados, la filosofía museológica aplicada, los artefactos encontrados, así como las políticas de educación y protección del patrimonio arqueológica, oportunamente seleccionado, aprobado y aplicado. Para ello, la identificación y caracterización de antiguos grupos étnicos ha sido un tema recurrente. Tradicionalmente ha sido la edad del hierro, pero también habría que mencionar la importancia atribuida, según cada época y contexto, a otros componentes como el romano, visigodo e incluso judío.
Se atribuye con frecuencia al triunfo de los nacionales en la
Guerra civil la formalización de los tópicos que han impregnado la arqueología
española durante el siglo XX. La crítica historiográfica suele remontarse a los
últimos decenios del siglo XIX o inicios del XX, cuando se profesionaliza la
arqueología. Sin embargo, a principios del siglo XVI la herencia política e
ideológica de los Reyes Católicos y la definitiva unificación de los reinos de
España a manos de Carlos V, habían preparado un fértil terreno para
construcción de una futura historia nacional acorde a las expectativas de la
corona, destacando la labor de Florian
de Ocampo y Ambrosio de Morales, cronistas de Carlos V y Felipe V
respectivamente.
La arqueología, al igual que
otras disciplinas, recibió durante la segunda mitad del siglo XVIII un
considerable impulso oficial que facilitó su desarrollo ciencia y su
sistematización. La promoción de excavaciones y de viajes arqueológicos, las
recopilaciones epigráficas, las
actividades de la Academia de la Historia, etc. Son todos proyectos típicos de
la época ilustrada. Poco tenía que ver el interese científico como la promoción
del prestigio nacional o individual, o bien la refutación o corroboración de hechos narrados en las
fuentes literarias. Todo esto influiría en que los intereses políticos y
económicos determinarían el ejercicio de una forma de arqueología, en tanto en
cuanto pudiera ser utilizada para confirmar o negar la evidencia literaria. De esta forma, hasta
mediados del siglo XIX, se reveló el método arqueológico como el único posible para ciertas áreas de conocimiento
del pasado. Dejando a la arqueología a merced de la manipulación, en función de
los intereses políticos del momento.
La época ilustrada se caracteriza
por su búsqueda constante de la su identificación con el mundo grecorromano. Un
interés bien reflejado en la simbología
clásica empleada en la iconografía real
y la constante recurrencia a un modo de vida idealizado, que serán usados para
justificar las medidas reformistas de los políticos ilustrados. En cuanto a la
arqueología, se puede diferenciar dos focos de potenciación de actividades
arqueológicas durante el siglo XVIII. El
interés por la antigüedad y por reescribir y actualizar la información
conservada en sus etapas primigenias.
Por un lado, la monarquía, con
fines claramente destinados a aumentar su prestigio y la defensa de sus
privilegios, la nueva dinastía tenía la necesidad de integrarse plenamente en
la historia del país y de encontrar argumentos para su legitimación. Durante el
reinado del Fernando VI (1746-1759) la llamada cuestión del Patronato Regio, a
consecuencia del concordato firmado en 1737 por Felipe V y la Santa Sede, defendía el derecho de la
monarquía a intervenir en asuntos de carácter económico. Con objeto de hacer
valer sus derechos frente al papado, Fernando VI ordenó en 1749 un
reconocimiento de todos los archivos de España, a fin de poder encontrar
documentos que probaran sus pretensiones. Un nuevo concordato firmado en 1753,
redundo en favor de la monarquía. Pero el trabajo realizado por los denominados
viajes literarios de la comisión
creada por P. Burriel aportó una documentación inestimable ya la redacción de
una futura Historia de España, y
también para la arqueología, pues gran parte del material era de carácter
arqueológico: Epígrafes, Monedas , dibujos de monumentos, etc.
El segundo foco es de ámbito más
reducido y con fines más concretos, aunque ligados al prestigio de un estamento
determinado, o bien la promoción individual o al deseo de contribuir a la verdad y al Bien Común, pilares fundamentales de la ideología ilustrada. La
Academia de la Historia, mediante el empeño de uno de sus miembros, Luis Velázquez,
Marqués de Valdeflores, en elaborar Historia
General de España, desde la antigüedad hasta el 1700, requirió de un viaje
por los archivos de España, previo permiso del Marqués de la Ensenada; las
fuentes para su Historia serian “los escritores y Monumentos originales
de cada siglo, como únicos depositarios de la verdadera Historia”. Este
ambicioso proyecto no llegó a terminarse, pero su documentación se conserva en
la Real Academia de la Historia.
Pero, a pesar del interés por
recoger y catalogar las antigüedades de España, no existiría en realidad una
iniciativa oficial que pusiera en marcha un plan sistemático de excavaciones.
En los casos en los que se excavaba, se trataba de una recuperación de los
“tesoros” escondidos. Las ruinas de edificios se respetaban como elementos del
paisaje, que aunque se midan y dibujen, rara vez se hacía con la intención de
documentar un yacimiento de un modo
integrador.
En el contexto de la Ilustración,
la arqueología aparece de forma ambigua y contradictoria, desaprovechando
ocasiones, como la experiencia en Nápoles. Sin embargo, es indudable que
durante la segunda mitad del siglo XVIII la arqueología adquirió cierta
independencia y autoridad dentro del mundo cultural ilustrado, que sentará las
bases de lo que será la actividad posterior
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