Egipto ha sido siempre un motivo constante de interés y fascinación para una amplia mayoría y continua ejerciendo en la cualidad un casi poder ilimitado de poder de convocatoria, en los últimos meses hemos visto una muestra de esto en la actual exposición en relación al Egipto Ptolemaico que viene presentado por la más famosa de sus componentes, Cleopatra. Pero me reservo (espero) para un futuro post, una crítica sobre la exposición. Continuando con Egipto, su paisaje singular, su flora y fauna, sus impresionantes monumentos, y su cultura milenaria apoyada por un sistema de escritura de apariencia misteriosa que parecía ocultar verdades sagradas, así como las inquietantes formas de sus ritos funerarios, se mezclaban para despertar asombro, admiración y respeto por tan importante civilización. El relato de Heródoto sobre las técnicas de momificación es posiblemente uno de los que mayor incidencia ha tenido en la transformación de una costumbre funeraria en un mito que ha podido ser constatado gracias a la preservación de los cuerpos.
Según la concepción egipcia el
cuerpo humano constaba de diferentes elementos,
perviviendo uno de ellos, el Ka, en la tumba durante millones de años.
El Ka debía ser dotado de todo aquello que pudiera necesitar para una vida
eterna, encontrándose así el origen de unas tumbas concebidas como casas en las
que se depositaba un ajuar funerario compuesto de todo lo que pudiera
necesitar. El Ka, necesitaba un lugar de descanso, un cuerpo momificado en el que
siempre debía poder reconocer.
Los primeros intentos de
embalsamamiento tuvieron lugar en la IV dinastía
(2630-2500 a.C.). El triunfo del
cristianismo contribuyó al abandono del aquellos ritos y ceremonias que favorecían
la conservación del cuerpo, ya que ya no era necesaria para acceder al “más
allá”. Pero las momias no perdieron su misterio, y poco a poco fue creciendo
una nueva leyenda entorno a ellas, una leyenda que ha llegado hasta nuestros días.
Debido a su concepción funeraria, los egipcios adquirieron unos avanzados conocimientos médicos y anatómicos,
alcanzando un halo de sabiduría que pronto se incorporó al mundo griego. Y
aunque por lo general la momificación se había abandonado, se siguieron dando
casos con posterioridad, tal y como se ve en el Chason de Roland, en el cual se describe como los cuerpos de Roland
y Olivier son tratados con distintas sustancias como vino y especias, un
intento torpe y alejado de las avanzadas técnicas egipcias, pero ahí queda el
dato de un intento de preservación.
La realidad era, que a ojos de la
sociedad Europea y árabe, los logros en el campo de la preservación del cuerpo,
pues a pesar del tiempo muchos cuerpos se conservaban. Por eso, y por la posibilidad de negocio que
ello involucraba, un monje capuchino de Palermo de finales del siglo XVI decía haber
aprendido en Egipto los secretos del arte de la momificación, ofreciendo sus
servicios a todos aquellos que quisieran
conservar el semblante de sus personas más próximas y pudieran pagar los altos
costes de la operación.
No debe extrañarnos el hecho de
que se asimilara a las momias con moderes medicinales. En la Europa medieval y
moderna poco interesaban los métodos o las razones de la momificación, lo que
se buscaba eran los poderes curativos que la aplicación de las momias podían tener,
dando lugar a un lucrativo comercio de momias que duraría hasta comienzos del
siglo XX, primero para satisfacer una
creciente demanda de momias con fines médicos y en el siglo XIX, para fundar y
completar las colecciones egiptológicas
que en los museos europeos y de Estados Unidos estaban estableciéndose.
Las supuestas cualidades
medicinales de las momias estaban implícitas en su propia denominación, “momia”,
que según el físico árabe del siglo XII
Abd’ el-Latif, derivaba del termino persa mumia,
que significaba “bitumen”, producto considerado medicinal en el mundo árabe,
que se utilizaba con fines antisépticos. Lo que a su vez contribuyó a la creencia de que las momias poseyeran
poderes curativos y provocando una altísima demanda de esta mumia por parte de las cortes europeas,
siendo el más claro ejemplo el hecho de que el rey Francisco I de Francia
siempre llevara un saquito con polvo de momia.
Guy de la Fontaine, un médico del
reino de Navarra, viajo en 1564 a Egipto y visito El Cairo, donde fue a ver a
distintos comerciantes de momias, sorprendiéndose del ya por entonces de la
gran cantidad de momias falsas que existían. A medida que más viajeros iban al país,
el saqueo y búsqueda de momias iba en aumento, creyéndose que estas podían encontrarse
por todas partes. Pero no todas las momias eran “autenticas”, la alta demanda y
el lucrativo negocio que esta proporcionaba
provocó que se utilizaran cuerpos de personas fallecidas recientemente,
que bañadas en natrón, secadas al sol y posteriormente vendadas fueran vendidas como auténticas.
Pero a pesar de todo, la creencia en sus
poderes curativos quedó como algo inherente a las sociedades europeas, tal y
como queda patente en que el rey de Persia regalara mumia a la reina de Inglaterra en 1809.
Eduardo Toda, en su libro publicado
en 1886 sobre el antiguo Egipto, recoge
la leyenda de que este comercio de momias con fines medicinales estaba
establecido ya en el siglo XIV, cuando Elmagar, un médico judío de Alejandría,
usó polvo de momia como remedio para las heridas de los soldados, tanto
cruzados como árabes. El propio Shakespeare hace referencia a la mumia en Otello. En 1834, cirujano
ingles Thomas Pettigrew comentaba en su libro History of Mummies que el comercio de momias era uno de los más prósperos,
llevando ello a un saqueo continúo de tumbas y a la mutilación de momias. Entre
las enfermedades que se podían tratar con mumia
eran la úlcera, las fracturas de hueso, la epilepsia, y el dolor de muelas. En
1658, Thomas Browne publicaba Hydriotaphia,
or urn Burial, donde hacía referencia a que la “mumiya” machacada y
disuelta en líquido constituía prácticamente la panacea universal. Además, era
un hecho que en todas las boticas reales la utilización de mumia normal. Aunque había voces que no estaban del todo
convencidos, Ambroise Pare, cirujano francés, escribió en 1634 que la utilización
de mumia solo provocaba náuseas y
dolor de estómago.
Además las momias corrían otro
peligro derivado de su misterio, los posibles tesoros que podían encontrarse
entre sus vendajes, ya que el uso de amuletos, realizados en toda clase de
metales, eran colocados allí para proteger la integridad del cuerpo momificado.
A este problema ya tuvieron que enfrentarse los antiguos egipcios, el propio Ramsés
III tuvo que juzgar a unos ladrones de
tumbas. Los antiguos egipcios eran conscientes de los peligros que sus momias y
sus tesoros depositados como ajuar tenían. Por ello recurrieron a la magia como
medio de intimidación a los saqueadores, dando lugar al origen del mito de la maldición
de los faraones, que ha ayudado aún más a que se expanda el misterio sobre la
civilización egipcia. En el propio Egipto
árabe, antes del interés europeo por las antigüedades egipcias, existieron auténticos
ladrones de tumbas que disponían de verdaderos
manuales referidos a cómo detectar y disfrutar de los tesoros con los
que las momias eran enterrada, siendo el más difundido el Libro de las perlas enterradas y del preciado misterio referente a las
indicaciones de los escondrijos de hallazgos y tesoros. En el siglo XIV era
tal la “fiebre” por estos tesoros que los buscadores de los mismos eran
reconocidos como un gremio, obligados a pagar un impuesto como artesanos. En el
renacimiento, los signos que aparecían en los cartonajes o sarcófagos fueron
considerados como representación de una sabiduría oculta destinada a ayudar a
alcanzar el “más allá”. En esta línea mágica y hermética, escenas funerarias en
las que la momia recibía una serie de ritos e invocaciones, particularmente la
llamada “apertura de la boca”, confirmaban la sabiduría de los jeroglíficos y la efectividad de los conocimientos
egipcios.
Por lo tanto, los pretendidos
poderes medicinales, la posibilidad de
encontrar objetos valiosos entre los vendajes y la conservación durante siglos
de los cuerpos, son factores que reflejan las historias y leyendas que sobre las momias circularon en
Europa, además de que nos debe hacer reflexionar sobre todo lo que se ha
perdido. Estas fueron las ideas que rodearon a las momias hasta el siglo XIX. Ya en ese mismo siglo, los
turistas y los primeros arqueólogos volvían de oriente con objetos y momias, y
se comentaba que era muy poco respetado volver de Egipto sin una momia en una
mano y un cocodrilo en la otra. Todo ello, mientras Europa se imbuía de un
orientalismo, en el que la apertura de la momia en público se convertía en un
acto social de gran importancia, al que acudían médicos, físicos y curiosos con
el deseo de conocer los misterios de un pueblo y una civilización que había logrado
que sus cuerpos perduraran. Se realizaban invitaciones para dichos actos, que constituían
una prueba más de la pertenencia a una clase social elevada como muestra el
siguiente ejemplo:
Lord Londesborough
at home
Monday, 10th June, 1850
114 Picadilly
A Mummy from Thebes to be unrolled at
half-past Two
De esta
manera, momias eran subastadas por sociedades, alcanzando cantidades entre 20 y
40 libras. Una de las personas que más ayudo a la celebración de estos actos “sociales”
fue Thomas Pettigrew, al que acudían para que realizara en acto público una
ceremonia en la que se desenrollaría una momia en acto público. Teniendo dichos
actos una gran repercusión en la prensa del momento, independientemente de “éxito”
o “fracaso” del acto.
La “momiamania”
y la fama de Pettigrew era tal que el noble Alejandro, duque de Hamilton, recurrió
a sus servicios para embalsamar su cuerpo y depositarlo en un sarcófago autentico,
y mandó construir un mausoleo que el Times
diría en 1872, que era “el más caro
y magnifico templo dedicado a la recepción
de un difunto… exceptuando a las pirámides mismas”.
La expectación
ante lo desconocido y los tesoros que se podían encontrar fue aprovechada como reclamo turístico.
Agencias como Cook comenzaron a organizar cruceros por el Nilo donde ofrecían actividades
como el desenrolle de una momia por la noche en el hotel, y la visita a una
tumba donde aún se conservaban restos humanos momificados.
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