viernes, 25 de marzo de 2016

Mujeres de la Revolución Francesa III



“Oh, mi pobre sexo”, escribió Olympe de Gouges un año antes de morir. “Oh, mujeres que nada ganaron con la Revolución”. ¿Qué quedó, finalmente, de la lucha de las mujeres durante la Revolución Francesa?
Cuando Charlotte Corday asesinó a Marat en un intento de impedir que continuara exigiendo la destrucción de los girondinos, en realidad lo que logró, paradójicamente, fue condenar sin remedio a su causa; convirtió a Marat en un mártir y movilizó la opinión pública contra los girondinos, que pasaron a verse como contrarrevolucionarios. Buena parte de los grupos de mujeres lloraron la muerte del llamado Amigo del Pueblo y juraron educar a sus hijos en su culto. Los enragés, más extremados aún que los jacobinos, comenzaron a movilizarse pidiendo venganza, liderados por Théophile Leclerc (autodesignado Amigo del Pueblo tras la muerte de Marat), que tenía contactos tanto con Claire Lacombe como con Pauline Léon (con la que más tarde, de hecho, contraería matrimonio). Sin embargo, por extraño que resulte, al final girondinos y enragés terminarían por correr una suerte similar.



Como Théroigne, Claire Lacombe había reclamado el derecho a portar armas para las mujeres, y sus intervenciones eran frecuentes en el Club de los Jacobinos y la Asamblea Nacional. Las mujeres de su grupo reclamaron que la nueva Constitución de 1793, que legalizaba el sufragio universal masculino, incluyera también el femenino. Aunque la reclamación no fue aprobada (en realidad no esperaban tampoco que lo fuera), lo cierto era que era que las républicaines-revolutionaires eran aceptadas en los consejos y secciones parisienses, ya que constituían un poder con el cual había que contar en las calles. Sin embargo, conforme el gobierno jacobino al que ellas daban su apoyo se afianzaba, afinaba también sus mecanismos de control sobre la población, y eso traería consigo el final de los clubes femeninos.
Pero al mismo tiempo les había de llegar su hora a tres mujeres que habían destacado durante la revolución. Olympe de Gouges fue detenida a finales de verano; su exigencia de un referéndum que dirimiera la cuestión de su Francia debía ser una monarquía o una república (federal o indivisible) resultó muy impopular. Durante los tres meses que duró su cautiverio continuó escribiendo contra el gobierno con una determinación que bordeaba con el suicidio, y finalmente subió al cadalso el 3 de noviembre. Cinco días después sería también guillotinada Madame Roland, que tras haber afrontado la cárcel con serenidad ejemplar, según los testimonios de otros presos, ascendió al patíbulo con la mayor dignidad. Sus últimas palabras fueron: “Libertad, cuántos crímenes se comenten en tu nombre”.
Poco antes, el 16 de octubre, las había precedido María Antonieta. Durante los meses que siguieron a la muerte de Luis XVI, la que ahora era conocido como Viuda Capeto había contado con la simpatía de grupos monárquicos que trataron de organizar su fuga de prisión, pero ninguno de ellos tuvo éxito. La mayoría de la opinión pública, sin embargo, la detestaba, aunque qué hacer exactamente era objeto de discusión: intercambiarla por prisioneros de guerra franceses, solicitar un rescate al Sacro Imperio, exiliarla o ejecutarla eran las opciones principales. Finalmente, el 14 de agosto de 1793 compareció ante un tribunal. Si el juicio del rey se había procurado que cumpliera con los requerimientos legales necesarios, en éste no fueron tan cuidadosos, y ni siquiera se habían encontrado todos los papeles en base a los cuales se le acusó; el gobierno estaba decidido a hacer de ella un símbolo. De entre las acusaciones, la más ultrajante fue la de incitar a su hijo a cometer incesto, pero fue la de traición la que más pesó para su condena; el pueblo, cuyas condiciones de vida estaban extremadas a causa de la guerra, no estaba dispuesto a tolerar la posibilidad de que la reina hubiera conspirado con los austríacos, sus compatriotas. Fue condenada y ejecutada dos días después.
Estas tres muertes fueron aprovechadas para enviar un mensaje a las mujeres de toda clase y condición: no debían intervenir en política. En la misma línea de actuación, cuando las républicaines-revolutionaires sostuvieron una serie de batallas callejeras con mujeres de otras opiniones políticas, el gobierno aprovechó la oportunidad para proponer el 30 de octubre la eliminación de todos los clubes femeninos y la prohibición de todas las reuniones públicas de mujeres. Sus principales aliados, los extremistas enragés, también eran en ese momento perseguidos por el gobierno, de modo que Pauline Léon (que fue detenida junto con su esposo, Leclerc) y Claire Lacombe no tuvieron más remedio que guardar silencio.
Pero si la Asamblea no había concedido a las mujeres el derecho a la participación, ni la Convención había estado dispuesta a reconocérsela, obligándolas a volver a sus hogares, tampoco el Directorio les daría mayores garantías. Con la caída y ejecución de Robespierre se derogó la ley de Máximos, lo cual produjo un ascenso brutal en los precios de los alimentos de primera necesidad. Las mujeres del pueblo participaron activamente en las protestas, pero a causa de la disolución de sus clubes estaban desorganizadas, y las reclamaciones del pueblo fueron fácilmente reprimidas. Se legisló, además, que los grupos de más de cinco mujeres podían ser dispersados mediante la fuerza, y las mujeres que formaran parte de ellos arrestadas. Tampoco el Código de Napoleón, más adelante, mejoró su situación: por el contrario, el divorcio fue modificado a favor de los hombres, las mujeres perdían el derecho a firmar contratos sin consentimiento de su tutor masculino, y sólo se mantuvieron de los logros de la Revolución el derecho a la herencia igualitaria.
Por tanto, ¿no ganaron nada las mujeres con la Revolución? Ciertamente, las concesiones legales en su favor fueron efímeras, excepto la de la herencia, y en ningún momento se planteó de modo serio defender su derecho al voto, ni tampoco su capacidad para ocupar cargos públicos. Las mujeres que fueron verdaderamente poderosas durante ese período, como Madame Stäel y Madame Roland, nunca abogaron por los derechos colectivos de las mujeres, sino que prefirieron actuar desde las sombras, gracias al poder de sus hombres. Finalmente, incluso el hecho innegable de que las agrupaciones femeninas implicadas en la política eran un poder fáctico en las calles fue negado y prohibido, por el mismo grupo que se había visto beneficiado por su apoyo.
Sin embargo, el proceso revolucionario  sí dejó su impronta en los movimientos femeninos que estaban por venir. Al margen de figuras emblemáticas que sí lucharon por sus derechos, como Olympe de Gouges y Théroigne de Méricourt, la revolución propició por primera vez la aparición de los clubes de mujeres políticamente activas, con normas establecidas y una organización estricta y ordenada. Más allá de las reclamaciones individuales, las mujeres habían comenzado a organizarse para llevar a cabo movilizaciones, y esto resultaría de suma importancia en las décadas venideras, cuando comenzaron a exigir todo aquello que no les había dado la Revolución.

Si te interesa ahondar en la cuestión, te recomiendo consultar estos artículos de Andrea Ordóñez:



De las mujeres en el poder a la lucha femenina

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