Hace algunas semanas os hablaba del
surgimiento de la historia como objeto de estudio en el mundo
grecolatino y del interés que había generado el conocimiento del
pasado en el ser humano desde que tomo conciencia de su existencia y
de sí mismo. En esta ocasión me centraré en el desarrollo de la
historia durante la Edad Media, cuando el cristianismo y la
legitimación monárquica imponen sus propias condiciones y
características a la narración histórica.
Con la caída del imperio romano
el mundo, tal y como se había conocido hasta entonces, colapsa. El
gran territorio que Roma había dominado por sí misma se fractura en
multitud de pequeñas entidades territoriales independientes, muchas
de ellas gobernadas por pueblos considerados ágrafos y, por tanto,
cuya producción escrita es prácticamente inexistente. Sólo el
imperio romano de oriente conserva la mentalidad grecolatina en
relación a la narración histórica y continua produciendo obras,
entre las que destaca la Alexiada, redactada por una mujer, Ana
Comneno, con la intención de narrar las campañas que habían
llevado a su padre, Alejo Comneno, a la gloria. Se trata de una obra
escrita en el siglo XII y aunque no es la primera, ni la única,
producción historiográfica del mundo bizantino, si es,
probablemente, la más reconocida.
Mientras, el occidente europeo fue
desarrollando su propia necesidad de poner por escrito su pasado como
medio para obtener legitimación política. En este periodo inicial,
entre los siglos V y X reaparece un género historiográfico, los
Anales, largas listas de datos que recuerdan batallas,
acontecimientos o personajes importantes de la historia de un pueblo
pero que aportan pocos datos contextuales sobre los mismos. Destacan
los anales francos, anglosajones e irlandeses por su proliferación y
conservación y un gran número de obras producidas en la zona centro
y este de Europa.
También cabe destacar las obras
de origen normando o vikingo, conocidas como sagas, en las que se
relata de manera más o menos detallada las aventuras e incursiones
de este pueblo en Europa, primero en la zona de Normandia de la que
tomarán su nombre y más tarde en las Islas Británicas hasta su
conquista definitiva en 1066 tras la Batalla de Hastings. Estos
documentos recogen prácticamente toda la información que tenemos de
los normandos antes de que iniciaran sus incursiones por el resto de
Europa por lo que son una fuente de incalculable valor para el
estudio de una civilización que resulta tan desconocida como
fascinante.
Si nos acercamos más a nuestras
fronteras debemos destacar un personaje por encima de todos los
demás, Isidoro de Sevilla, cuyas obras nos han ofrecido amplios
conocimientos sobre la organización y la administración del reino
hispanogodo de Toledo desde su fundación hasta su muerte en el 636.
Tanto sus Etimologías, como
su Historia Gothorum
son obras de vital importancia para el estudio de la Alta Edad Media
peninsular.
Con
el paso de los siglos la historia adquirió nuevas proporciones y
mayor protagonismo. Por un lado, el fortalecimiento del poder
eclesiástico condujo a la inclusión cada vez más importante de
cuestiones bíblicas y patrísticas en la historiografía europea.
Por otra parte, el surgimiento de nuevos reinos conllevó un aumento
de la producción histórica, por un motivo bastante sencillo, la
historia era una fuente incontestable de legitimación, tanto divina
como sanguinea. A partir del siglo X empiezan a aparecer nuevas
crónicas cuya narración de los acontecimientos es más exahustiva,
pero sobre todo incluyen el relato de ciertos acontecimientos de
especial importancia con todo detalle, grandes victorias y acciones
heroicas son inmortalizadas en los scriptoria monacales.
Estos
relatos estarán marcados por el providencialismo y por
acontecimientos legendarios que se tomarán como ciertos. Se acumulan
en estos textos pasajes que no se corresponden con nuestro
conocimiento histórico y que en muchas ocasiones son míticos o
legendarios, episodios que no ocurrieron como se narran o que se
matizan o modifican en función de las necesidades políticas del
reino. Proliferan la intervención divina y las apariciones
hagiográficas, se atribuyen una serie de poderes místicos a los
monarcas y se magnifican sus victorias militares relacionándolas con
el texto bíblico a través de la numerología. En definitiva, se
falsifica la historia por un fin ideológico, pero estas
modificaciones carecen de importancia, puesto que debemos tener en
cuenta que estas crónicas cumplían un propósito claro y que su
historicismo no era tan importante como su mensaje.
El
momento de mayor auge de la cronística se dará en Europa a partir
del siglo XII y, de manera especialmente importante en el siglo XIII.
En este momento aparecerán obras con un carácter mucho más
exahustivo, que ya no tratan únicamente de relatar los
acontecimientos más gloriosos o de recordar a los personajes más
importantes. A partir de este momento las crónicas adquieren un fin
mucho más definido, si antes habían servido como fuente de
legitimación, ahora serán el reflejo de todo un programa político
centrado en la glorificación y la centralización del poder
monárquico. Esta evolución responde a un cambio en las bases del
modelo político.
Las
monarquías tenderán a centralizar su poder al máximo posible,
acumulando responsabilidades y territorios, de manera que el viejo
sistema feudal, caracterizado por la división del territorio y del
gobierno del mismo dará paso a una mayor burocratización del reino
y a una limitación del poder nobiliario. Para acompañar este
proyecto político los monarcas ordenaran la redacción de nuevas
crónicas, en las que se reflejen tanto la autoridad de los monarcas
como sus virtudes individuales. Llegando incluso a abandonar el
relato de la historia de todo el linaje para centrarse en la
glorificación de un personaje determinado, aparecerán entonces las
llamadas crónicas reales.
En
este sentido resulta interesante señalar lo paradigmático del caso
castellano, mientras los demás reinos europeos, en especial Francia
e Inglaterra, escribían grandes crónicas centradas en la
idealización de la familia real y del linaje regio, en Castilla,
Alfonso X creará un nuevo modelo cronístico de gran envergadura, la
crónica general. En un primer momento, con la intención de
justificar su candidatura al Sacro Imperio Alfonso X iniciará la
redacción de una General Estoria
que pretendía remontarse a los orígenes de la humanidad, siempre
tomando como base el texto bíblico, para relatar la historia de todo
el mundo conocido hasta sus días. Sin embargo, esta obra quedó
inconclusa cuando su proyecto imperial fracasó. En ese momento se
decidió a realizar algo similar, pero en esta ocasión centrado
únicamente en el contexto hispánico. De esta forma el monarca
castellano pretendía remontar su linaje hasta los grandes clanes
bíblicos y reforzar al máximo su legitimidad como gobernante. Sus
sucesores heredarán este mismo modelo y lo mantendrán durante las
décadas siguientes hasta el reinado de Alfonso XI responsable de la
introducción del modelo de crónica real en Castilla. Durante su
reinado se redactaran numerosas crónicas, tanto de sus predecesores
como de su propio reinado. Conservamos al menos tres versiones
cronísticas de su vida redactadas durante su reinado o en el periodo
inmediatamente posterior.
Es
en esta época cuando surge la figura del cronista real, una persona
dedicada en exclusiva a la recopilación y redacción de la historia
del monarca reinante. Estos cronistas tendrán acceso a toda la
documentación del reinado por lo que sus obras además de ser más
exhaustivas serán mucho más rigurosas puesto que se fundamentaran
sobre documentación real, contemporánea, y no sobre antiguos relato
más o menos manipulados que narraban la historia del reino. Se
tenderá hacia una historia que podríamos considerar más
científica, más fiable y sobre todo más realista, pero sin olvidar
la función fundamental de las crónicas, la legitimación.
Durante
la Edad Media la narración histórica evolucionó de manera
considerable pero sin perder nunca de vista su principal finalidad.
Las crónicas se escribían por un motivo, no eran meros relatos del
pasado dedicados al entretenimiento o la formación como había
ocurrido en el periodo grecolatino, en esta época la historia tenía
una finalidad política, una función que no perderá hasta bien
entrado el siglo XIX cuando aparezca la disciplina científica como
tal de la mano de Leopold Von Ranke. Pero incluso la historia
oficial, científica y sesuda que los historiadores escriben
actualmente no puede sobrevivir totalmente al margen de la ideología
política y de la opinión del historiador, puesto que la objetividad
absoluta es una meta inalcanzable.
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