lunes, 29 de febrero de 2016

Crónicas y cronistas. La historia a través de la historia (II)

Hace algunas semanas os hablaba del surgimiento de la historia como objeto de estudio en el mundo grecolatino y del interés que había generado el conocimiento del pasado en el ser humano desde que tomo conciencia de su existencia y de sí mismo. En esta ocasión me centraré en el desarrollo de la historia durante la Edad Media, cuando el cristianismo y la legitimación monárquica imponen sus propias condiciones y características a la narración histórica.


Con la caída del imperio romano el mundo, tal y como se había conocido hasta entonces, colapsa. El gran territorio que Roma había dominado por sí misma se fractura en multitud de pequeñas entidades territoriales independientes, muchas de ellas gobernadas por pueblos considerados ágrafos y, por tanto, cuya producción escrita es prácticamente inexistente. Sólo el imperio romano de oriente conserva la mentalidad grecolatina en relación a la narración histórica y continua produciendo obras, entre las que destaca la Alexiada, redactada por una mujer, Ana Comneno, con la intención de narrar las campañas que habían llevado a su padre, Alejo Comneno, a la gloria. Se trata de una obra escrita en el siglo XII y aunque no es la primera, ni la única, producción historiográfica del mundo bizantino, si es, probablemente, la más reconocida.

Mientras, el occidente europeo fue desarrollando su propia necesidad de poner por escrito su pasado como medio para obtener legitimación política. En este periodo inicial, entre los siglos V y X reaparece un género historiográfico, los Anales, largas listas de datos que recuerdan batallas, acontecimientos o personajes importantes de la historia de un pueblo pero que aportan pocos datos contextuales sobre los mismos. Destacan los anales francos, anglosajones e irlandeses por su proliferación y conservación y un gran número de obras producidas en la zona centro y este de Europa.

También cabe destacar las obras de origen normando o vikingo, conocidas como sagas, en las que se relata de manera más o menos detallada las aventuras e incursiones de este pueblo en Europa, primero en la zona de Normandia de la que tomarán su nombre y más tarde en las Islas Británicas hasta su conquista definitiva en 1066 tras la Batalla de Hastings. Estos documentos recogen prácticamente toda la información que tenemos de los normandos antes de que iniciaran sus incursiones por el resto de Europa por lo que son una fuente de incalculable valor para el estudio de una civilización que resulta tan desconocida como fascinante.

Si nos acercamos más a nuestras fronteras debemos destacar un personaje por encima de todos los demás, Isidoro de Sevilla, cuyas obras nos han ofrecido amplios conocimientos sobre la organización y la administración del reino hispanogodo de Toledo desde su fundación hasta su muerte en el 636. Tanto sus Etimologías, como su Historia Gothorum son obras de vital importancia para el estudio de la Alta Edad Media peninsular.

Con el paso de los siglos la historia adquirió nuevas proporciones y mayor protagonismo. Por un lado, el fortalecimiento del poder eclesiástico condujo a la inclusión cada vez más importante de cuestiones bíblicas y patrísticas en la historiografía europea. Por otra parte, el surgimiento de nuevos reinos conllevó un aumento de la producción histórica, por un motivo bastante sencillo, la historia era una fuente incontestable de legitimación, tanto divina como sanguinea. A partir del siglo X empiezan a aparecer nuevas crónicas cuya narración de los acontecimientos es más exahustiva, pero sobre todo incluyen el relato de ciertos acontecimientos de especial importancia con todo detalle, grandes victorias y acciones heroicas son inmortalizadas en los scriptoria monacales.

Estos relatos estarán marcados por el providencialismo y por acontecimientos legendarios que se tomarán como ciertos. Se acumulan en estos textos pasajes que no se corresponden con nuestro conocimiento histórico y que en muchas ocasiones son míticos o legendarios, episodios que no ocurrieron como se narran o que se matizan o modifican en función de las necesidades políticas del reino. Proliferan la intervención divina y las apariciones hagiográficas, se atribuyen una serie de poderes místicos a los monarcas y se magnifican sus victorias militares relacionándolas con el texto bíblico a través de la numerología. En definitiva, se falsifica la historia por un fin ideológico, pero estas modificaciones carecen de importancia, puesto que debemos tener en cuenta que estas crónicas cumplían un propósito claro y que su historicismo no era tan importante como su mensaje.

El momento de mayor auge de la cronística se dará en Europa a partir del siglo XII y, de manera especialmente importante en el siglo XIII. En este momento aparecerán obras con un carácter mucho más exahustivo, que ya no tratan únicamente de relatar los acontecimientos más gloriosos o de recordar a los personajes más importantes. A partir de este momento las crónicas adquieren un fin mucho más definido, si antes habían servido como fuente de legitimación, ahora serán el reflejo de todo un programa político centrado en la glorificación y la centralización del poder monárquico. Esta evolución responde a un cambio en las bases del modelo político.

Las monarquías tenderán a centralizar su poder al máximo posible, acumulando responsabilidades y territorios, de manera que el viejo sistema feudal, caracterizado por la división del territorio y del gobierno del mismo dará paso a una mayor burocratización del reino y a una limitación del poder nobiliario. Para acompañar este proyecto político los monarcas ordenaran la redacción de nuevas crónicas, en las que se reflejen tanto la autoridad de los monarcas como sus virtudes individuales. Llegando incluso a abandonar el relato de la historia de todo el linaje para centrarse en la glorificación de un personaje determinado, aparecerán entonces las llamadas crónicas reales.

En este sentido resulta interesante señalar lo paradigmático del caso castellano, mientras los demás reinos europeos, en especial Francia e Inglaterra, escribían grandes crónicas centradas en la idealización de la familia real y del linaje regio, en Castilla, Alfonso X creará un nuevo modelo cronístico de gran envergadura, la crónica general. En un primer momento, con la intención de justificar su candidatura al Sacro Imperio Alfonso X iniciará la redacción de una General Estoria que pretendía remontarse a los orígenes de la humanidad, siempre tomando como base el texto bíblico, para relatar la historia de todo el mundo conocido hasta sus días. Sin embargo, esta obra quedó inconclusa cuando su proyecto imperial fracasó. En ese momento se decidió a realizar algo similar, pero en esta ocasión centrado únicamente en el contexto hispánico. De esta forma el monarca castellano pretendía remontar su linaje hasta los grandes clanes bíblicos y reforzar al máximo su legitimidad como gobernante. Sus sucesores heredarán este mismo modelo y lo mantendrán durante las décadas siguientes hasta el reinado de Alfonso XI responsable de la introducción del modelo de crónica real en Castilla. Durante su reinado se redactaran numerosas crónicas, tanto de sus predecesores como de su propio reinado. Conservamos al menos tres versiones cronísticas de su vida redactadas durante su reinado o en el periodo inmediatamente posterior.

Es en esta época cuando surge la figura del cronista real, una persona dedicada en exclusiva a la recopilación y redacción de la historia del monarca reinante. Estos cronistas tendrán acceso a toda la documentación del reinado por lo que sus obras además de ser más exhaustivas serán mucho más rigurosas puesto que se fundamentaran sobre documentación real, contemporánea, y no sobre antiguos relato más o menos manipulados que narraban la historia del reino. Se tenderá hacia una historia que podríamos considerar más científica, más fiable y sobre todo más realista, pero sin olvidar la función fundamental de las crónicas, la legitimación.

Durante la Edad Media la narración histórica evolucionó de manera considerable pero sin perder nunca de vista su principal finalidad. Las crónicas se escribían por un motivo, no eran meros relatos del pasado dedicados al entretenimiento o la formación como había ocurrido en el periodo grecolatino, en esta época la historia tenía una finalidad política, una función que no perderá hasta bien entrado el siglo XIX cuando aparezca la disciplina científica como tal de la mano de Leopold Von Ranke. Pero incluso la historia oficial, científica y sesuda que los historiadores escriben actualmente no puede sobrevivir totalmente al margen de la ideología política y de la opinión del historiador, puesto que la objetividad absoluta es una meta inalcanzable.

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