Muy conocidas son, tanto en el ámbito del estudio político de la Italia renacentista como en el de la leyenda negra, las figuras de Alejandro VI, de nombre secular Roderic de Borja (italianizado Borgia), y sus famosos hijos. No lo es tanto, sin embargo, la del auténtico constructor de la fortuna del linaje, Alfons de Borja, que ascendería al trono papal con el nombre de Calixto III.
Alfons
nació en Canals, cerca de la ciudad de Xàtiva; la tradición que establece la
fecha de su nacimiento en 1378 parece fidedigna, pero no está comprobada. Su
familia pertenecía al patriciado urbano de Xàtiva, por aquella época una urbe
muy activa. Su padre, Domènec de Borja, participaba en negocios relacionados
con el textil que le permitieron reunir una pequeña fortuna con la que envió a
Alfons, el único hijo varón de la familia, al Estudi General de Lleida en 1393.
Ya
siendo estudiante debía gozar de cierta fama como jurista, porque en 1408
Martín I lo nombró asesor del baile de Lleida, a pesar de que en ese momento
sólo contaba con la titulación de bachiller en los dos derechos, y no la de
doctor. Tres años después, siendo ya doctor en derecho canónico, el papa
Benedicto XIII (residente en ese momento en la Corona de Aragón, ya que había
debido huir de Aviñón) lo nombró canónigo de la Seu de Lleida, y en 1413, año
en que logró el título de doctor en derecho civil, fue ascendido a oficial de
obispado, el juez eclesiástico de la diócesis.
Cuatro
años después, en 1417, el arzobispo de Tarragona anunció la celebración de un
concilio provincial, que se reuniría ese año en Barcelona y que se debía a la
decisión del Concilio de Constanza de excomulgar a Benedicto XIII, con la
voluntad de cerrar el Cisma que dividía a Occidente desde hacía décadas. A esta
asamblea eclesiástica el capítulo de Lleida envió un representante, que fue
Alfons de Borja. Se especula que posiblemente fuera allí donde coincidiera con
Alfons V, en ese momento rey de la Corona de Aragón, impresionando
favorablemente al monarca. Esto, unido a la buena fama conseguida en sus años
de desempeño en Lleida, explicarían que comenzara a recibir encargos del rey;
poco después ingresaba en la nómina de oficiales reales, con el cargo de promotor
de negocios de la corte.
El
Concilio de Constanza había colocado a Alfons V en una situación delicada,
aunque también podía convertirse en provechosa. Al producirse el Cisma de
Occidente, la Corona de Aragón había asumido primero una posición de
neutralidad en el conflicto, y luego de abierto apoyo a Benedicto XIII, que a
la sazón residía en el castillo de Peníscola, cerca de Valencia. Ahora, el
nuevo papa exigía no sólo la sumisión de Alfons V a la decisión del concilio,
sino la excomunión y condena de todos los prelados fieles a Benedicto XIII. Gracias
a sus hábiles negociaciones diplomáticas, sin embargo, Alfons de Borja y otro
legado real lograron suavizar las demandas del enviado papal, que finalmente se
conformaría con la adhesión de Alfons V… a cambio de un subsidio.
A
partir de ese momento, Alfons de Borja ascendió de manera meteórica por los
cargos de la corte, y en 1920 era ya vice-canciller. Esto llamó la atención del
Consell de la ciudad de Valencia, donde fue contratado como “advocat continuu”,
cargo desde el cual gestión asuntos de importancia para la ciudad y el reino.
La propia ciudad recomendaría después al rey la promoción de su vice-canciller,
el cual fue efectivamente recompensado por el monarca con prebendas y
beneficios, así como la parroquia de Sant Nicolau en Valencia. Cuando Alfons V
inició sus aventuras en Italia, llevó consigo a Alfons de Borja.
Dichas
operaciones italianas dificultaron las relaciones entre el rey y el papa, ya
que éste tenía otro candidato el trono de Nápoles, donde Alfons V se había
hecho adoptar como heredero. Para presionar al pontífice, en 1423 el monarca
permitió que, muerto Benedicto XIII, los cardenales que seguían con él en
Peníscola escogieran a un sucesor con el nombre de Clemente VIII. Por si esto
no fuera bastante, publicó varios edictos que en la práctica anulaban la
potestad papal en la Corona de Aragón, mediante el recurso de dar a sus
súbditos la orden de abandonar la curia papal, prohibir la aceptación de bulas
papales en sus reinos sin su permiso, y tomar posesión de las rentas de la
Cámara Apostólica. Paralelamente, promovió una reforma de la Iglesia en el concilio de Pavía-Siena,
que se desarrollaba en aquellos momentos, con la intención de socavar la
autoridad del pontífice.
Tres
años después, en 1426, el conflicto continuaba abierto, y Alfons V permitió
incluso la solemne coronación de Clemente VIII. No fue hasta 1429 que se
resolvieron sus desacuerdos, y entonces Alfons V decidió terminar con los
últimos estertores del Cisma de Occidente. Envió pues a Alfons de Borja a
hablar con Clemente VIII y convencerle de abandonar la plaza y renunciar al
título de pontífice; parece, a la vista de los acontecimientos posteriores, que
Alfons de Borja lo logró prometiendo al papa cismático un obispado en Mallorca
y la absolución total de la excomunión que pendía sobre él. La misión fue un
éxito, y consolidó todavía más a Alfons de Borja en la confianza del monarca. Ahora,
además, se unía el agradecimiento de la Iglesia por su papel en el final del
Cisma.
En
ese momento se hallaba vacante la prelatura del obispado de Valencia, la más
rica del reino. Al rey convenía tener al frente de este obispado a alguien de
su confianza, y Alfons de Borja, con su probada capacidad y su lealtad a toda
prueba, a lo que había que sumar que en aquel momento contaba con las
bendiciones de Roma por su gestión en Peníscola, era el candidato ideal. Por
tanto, fuera por agradecimiento o por interés, Alfons de Borja se convirtió en
agosto de 1429 en obispo de Valencia.
Fue
un obispo bastante absentista, ya que por lo general continuó llevando a cabo
misiones para Alfons V, sobre todo en Italia. Con todo, se preocupó por el
funcionamiento de su diócesis, que visitó en distintas ocasiones, y en la que
impulsó medidas como una reforma de clero, la difusión de Biblias en lengua vulgar,
y una mejor gestión económica. En 1438, con todo, abandonará definitivamente su
tierra natal para instalarse en Italia, donde se dedicará desde 1442 a la reforma
administrativa de Nápoles, recién conquistado por su rey. Fue también preceptor
del hijo ilegítimo de éste, al tiempo que continuaba realizando gestiones
diplomáticas. A causa de todos estos servicios, en mayo de 1444 es nombrado
cardenal, pasando a representar los intereses de Alfons V en la corte
pontificia.
El
cónclave de 1455 fue conflictivo, ya que el voto de los cardenales estaba muy
dividido en distintas facciones. Se producía, además, dos años después de la
conquista de Constantinopla por parte de los turcos, que hacía mucho más
explícita la amenaza de un avance por parte de estos. En esas circunstancias,
un cardenal ya anciano, cuyo único gran objetivo conocido era la convocatoria
de una Cruzada, parecía una solución de compromiso ideal.
La Cruzada
fue de hecho el eje central de su política, que pretendía apuntalar con el
equilibro de poder entre las fuerzas políticas de la Península Italiana, y con
un refuerzo de la autoridad de los Estados Pontificios. A pesar de que originalmente
su plan de cruzada recibió promesas de participación de húngaros, portugueses y
genoveses, finalmente sería la flota húngara la única que se implicaría en el
proyecto. Otra medida importante en el ámbito de la política internacional fue
la promulgación de la bula Inter Caetera,
que garantizaba a los portugueses la exclusividad de la navegación a lo largo
de la costa africana.
En
lo que se refiere a la religión, el mismo año de su ascenso al trono papal
decretó la canonización de Vicente Ferrer. Un año más tarde establecería una
comisión para estudiar el caso de Juana de Arco, a la que declaró inocente de
los cargos de brujería por los que había sido condenada a la hoguera décadas
atrás.
El
último año de su pontificado estuvo marcado por el enfrentamiento con su
antiguo señor, Alfons V, por dos razones. En primer lugar, el papa se negaba a
anular el matrimonio del rey de Aragón, que deseaba desposar a su joven amante.
Por otro lado, y lo que era más grave, no tenía tampoco intención de reconocer
a su hijo Ferrante como su sucesor en el trono de Nápoles, dado que era
bastardo. Tras la muerte de Alfons V las diferencias con la Corona de Aragón se
extremaron ante la negativa de permitir la coronación de Ferrante, pero unos
meses más tarde, en agosto de 1458, moría también Calixto III. Pese al breve
tiempo en que ocupó el trono papal, dejaba un legado dinástico en la curia
gracias a varios sobrinos, uno de los cuales, Roderic, llegaría en 1492 a ser
papa con el nombre de Alejandro VI.
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