lunes, 15 de febrero de 2016

Alfons de Borja, o cómo llegar a Papa contra todo pronóstico

Muy conocidas son, tanto en el ámbito del estudio político de la Italia renacentista como en el de la leyenda negra, las figuras de Alejandro VI, de nombre secular Roderic de Borja (italianizado Borgia), y sus famosos hijos. No lo es tanto, sin embargo, la del auténtico constructor de la fortuna del linaje, Alfons de Borja, que ascendería al trono papal con el nombre de Calixto III.




Alfons nació en Canals, cerca de la ciudad de Xàtiva; la tradición que establece la fecha de su nacimiento en 1378 parece fidedigna, pero no está comprobada. Su familia pertenecía al patriciado urbano de Xàtiva, por aquella época una urbe muy activa. Su padre, Domènec de Borja, participaba en negocios relacionados con el textil que le permitieron reunir una pequeña fortuna con la que envió a Alfons, el único hijo varón de la familia, al Estudi General de Lleida en 1393.

Ya siendo estudiante debía gozar de cierta fama como jurista, porque en 1408 Martín I lo nombró asesor del baile de Lleida, a pesar de que en ese momento sólo contaba con la titulación de bachiller en los dos derechos, y no la de doctor. Tres años después, siendo ya doctor en derecho canónico, el papa Benedicto XIII (residente en ese momento en la Corona de Aragón, ya que había debido huir de Aviñón) lo nombró canónigo de la Seu de Lleida, y en 1413, año en que logró el título de doctor en derecho civil, fue ascendido a oficial de obispado, el juez eclesiástico de la diócesis.

Cuatro años después, en 1417, el arzobispo de Tarragona anunció la celebración de un concilio provincial, que se reuniría ese año en Barcelona y que se debía a la decisión del Concilio de Constanza de excomulgar a Benedicto XIII, con la voluntad de cerrar el Cisma que dividía a Occidente desde hacía décadas. A esta asamblea eclesiástica el capítulo de Lleida envió un representante, que fue Alfons de Borja. Se especula que posiblemente fuera allí donde coincidiera con Alfons V, en ese momento rey de la Corona de Aragón, impresionando favorablemente al monarca. Esto, unido a la buena fama conseguida en sus años de desempeño en Lleida, explicarían que comenzara a recibir encargos del rey; poco después ingresaba en la nómina de oficiales reales, con el cargo de promotor de negocios de la corte.

El Concilio de Constanza había colocado a Alfons V en una situación delicada, aunque también podía convertirse en provechosa. Al producirse el Cisma de Occidente, la Corona de Aragón había asumido primero una posición de neutralidad en el conflicto, y luego de abierto apoyo a Benedicto XIII, que a la sazón residía en el castillo de Peníscola, cerca de Valencia. Ahora, el nuevo papa exigía no sólo la sumisión de Alfons V a la decisión del concilio, sino la excomunión y condena de todos los prelados fieles a Benedicto XIII. Gracias a sus hábiles negociaciones diplomáticas, sin embargo, Alfons de Borja y otro legado real lograron suavizar las demandas del enviado papal, que finalmente se conformaría con la adhesión de Alfons V… a cambio de un subsidio.

A partir de ese momento, Alfons de Borja ascendió de manera meteórica por los cargos de la corte, y en 1920 era ya vice-canciller. Esto llamó la atención del Consell de la ciudad de Valencia, donde fue contratado como “advocat continuu”, cargo desde el cual gestión asuntos de importancia para la ciudad y el reino. La propia ciudad recomendaría después al rey la promoción de su vice-canciller, el cual fue efectivamente recompensado por el monarca con prebendas y beneficios, así como la parroquia de Sant Nicolau en Valencia. Cuando Alfons V inició sus aventuras en Italia, llevó consigo a Alfons de Borja.

Dichas operaciones italianas dificultaron las relaciones entre el rey y el papa, ya que éste tenía otro candidato el trono de Nápoles, donde Alfons V se había hecho adoptar como heredero. Para presionar al pontífice, en 1423 el monarca permitió que, muerto Benedicto XIII, los cardenales que seguían con él en Peníscola escogieran a un sucesor con el nombre de Clemente VIII. Por si esto no fuera bastante, publicó varios edictos que en la práctica anulaban la potestad papal en la Corona de Aragón, mediante el recurso de dar a sus súbditos la orden de abandonar la curia papal, prohibir la aceptación de bulas papales en sus reinos sin su permiso, y tomar posesión de las rentas de la Cámara Apostólica. Paralelamente, promovió  una reforma de la Iglesia en el concilio de Pavía-Siena, que se desarrollaba en aquellos momentos, con la intención de socavar la autoridad del pontífice.

Tres años después, en 1426, el conflicto continuaba abierto, y Alfons V permitió incluso la solemne coronación de Clemente VIII. No fue hasta 1429 que se resolvieron sus desacuerdos, y entonces Alfons V decidió terminar con los últimos estertores del Cisma de Occidente. Envió pues a Alfons de Borja a hablar con Clemente VIII y convencerle de abandonar la plaza y renunciar al título de pontífice; parece, a la vista de los acontecimientos posteriores, que Alfons de Borja lo logró prometiendo al papa cismático un obispado en Mallorca y la absolución total de la excomunión que pendía sobre él. La misión fue un éxito, y consolidó todavía más a Alfons de Borja en la confianza del monarca. Ahora, además, se unía el agradecimiento de la Iglesia por su papel en el final del Cisma.

En ese momento se hallaba vacante la prelatura del obispado de Valencia, la más rica del reino. Al rey convenía tener al frente de este obispado a alguien de su confianza, y Alfons de Borja, con su probada capacidad y su lealtad a toda prueba, a lo que había que sumar que en aquel momento contaba con las bendiciones de Roma por su gestión en Peníscola, era el candidato ideal. Por tanto, fuera por agradecimiento o por interés, Alfons de Borja se convirtió en agosto de 1429 en obispo de Valencia.

Fue un obispo bastante absentista, ya que por lo general continuó llevando a cabo misiones para Alfons V, sobre todo en Italia. Con todo, se preocupó por el funcionamiento de su diócesis, que visitó en distintas ocasiones, y en la que impulsó medidas como una reforma de clero, la difusión de Biblias en lengua vulgar, y una mejor gestión económica. En 1438, con todo, abandonará definitivamente su tierra natal para instalarse en Italia, donde se dedicará desde 1442 a la reforma administrativa de Nápoles, recién conquistado por su rey. Fue también preceptor del hijo ilegítimo de éste, al tiempo que continuaba realizando gestiones diplomáticas. A causa de todos estos servicios, en mayo de 1444 es nombrado cardenal, pasando a representar los intereses de Alfons V en la corte pontificia.
El cónclave de 1455 fue conflictivo, ya que el voto de los cardenales estaba muy dividido en distintas facciones. Se producía, además, dos años después de la conquista de Constantinopla por parte de los turcos, que hacía mucho más explícita la amenaza de un avance por parte de estos. En esas circunstancias, un cardenal ya anciano, cuyo único gran objetivo conocido era la convocatoria de una Cruzada, parecía una solución de compromiso ideal.
La Cruzada fue de hecho el eje central de su política, que pretendía apuntalar con el equilibro de poder entre las fuerzas políticas de la Península Italiana, y con un refuerzo de la autoridad de los Estados Pontificios. A pesar de que originalmente su plan de cruzada recibió promesas de participación de húngaros, portugueses y genoveses, finalmente sería la flota húngara la única que se implicaría en el proyecto. Otra medida importante en el ámbito de la política internacional fue la promulgación de la bula Inter Caetera, que garantizaba a los portugueses la exclusividad de la navegación a lo largo de la costa africana.

En lo que se refiere a la religión, el mismo año de su ascenso al trono papal decretó la canonización de Vicente Ferrer. Un año más tarde establecería una comisión para estudiar el caso de Juana de Arco, a la que declaró inocente de los cargos de brujería por los que había sido condenada a la hoguera décadas atrás.

El último año de su pontificado estuvo marcado por el enfrentamiento con su antiguo señor, Alfons V, por dos razones. En primer lugar, el papa se negaba a anular el matrimonio del rey de Aragón, que deseaba desposar a su joven amante. Por otro lado, y lo que era más grave, no tenía tampoco intención de reconocer a su hijo Ferrante como su sucesor en el trono de Nápoles, dado que era bastardo. Tras la muerte de Alfons V las diferencias con la Corona de Aragón se extremaron ante la negativa de permitir la coronación de Ferrante, pero unos meses más tarde, en agosto de 1458, moría también Calixto III. Pese al breve tiempo en que ocupó el trono papal, dejaba un legado dinástico en la curia gracias a varios sobrinos, uno de los cuales, Roderic, llegaría en 1492 a ser papa con el nombre de Alejandro VI.




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