viernes, 5 de febrero de 2016

El Cisma de Occidente (II)

Ya antes de que comenzara en ella la crisis provocada por la demencia de Carlos VI y de sus dudas sobre la conveniencia de apoyar a un Papa no francés, la Corte de Francia había pedido a la Universidad de París su opinión respecto al conflicto que dividía la cristiandad, solicitando además al Sacro Colegio que no escogiera un sucesor para Clemente VII antes de que la Universidad emitiera su veredicto. Pese a todo, los cardenales aviñoneses llevaron a cabo su elección, aunque habiendo firmado previamente su disposición a trabajar por la unión de la Iglesia, incluso si ello exigía deponer la dignidad pontificia que les confiera el cónclave. Por tanto, se esperaba de Benedicto XIII fuera receptivo ante la propuesta que formuló la Universidad de París en 1395, que fue bautizada como via cessionis: puesto que era imposible dirimir qué candidato tenía más derechos, la solución sería que ambos renunciaran.






Ante la poca receptividad mostrada por los pontífices ante esta posibilidad, la Universidad de París formuló otra propuesta: sustraerse a su autoridad, con objeto de forzarlos a la renuncia. La misma actitud tomaron otros reinos, como la clementista Castilla o la urbanista Inglaterra de Ricardo II, con la idea de que si ambos bandos sustraían la obediencia a los pontífices, privándoles así de recursos, acabarían por doblegarse y buscar una solución.

Para hacer más patente su decisión, en verano de 1398 tropas francesas invadieron Aviñón, sitiando a Benedicto XIII; los cardenales lo abandonaron, pero él resistió el asedio. Sin embargo, otros monarcas no estaban dispuestos a tolerar esta agresión; Martín I, en la Corona de Aragón, preparó una expedición de socorro. Paralelamente, los otros reyes que habían mostrado su aquiescencia ante la segunda solución propuesta por la Univerdad de París fueron sustituidos por urbanistas devotos, lo cual complicaba la situación. Por si fuera poco, la sustracción de obediencia había puesto al clero francés bajo la tutela del rey de Francia, de la que se resintió, produciéndose altercados. Por último, el duque de Orléans creía que podría contar con el apoyo de Benedicto XIII en lo respectivo a sus ambiciones italianas, de modo que trabajó para lograr un retorno a la obediencia. Así, el sitio se debilitó, y el 11 de marzo de 1403 huía el Papa, a cuya obediencia volvieron en mayo Castilla y Francia.

La tercera solución se conoció como via conventionis, y fue propuesta por el propio Benedicto XIII: se trataría de una reunión de ambos pontífices, en la que podría debatir pacíficamente cuál de los dos tenía más derechos. Por tanto, en 1404 inició conversaciones con Bonifacio IX, a cuya capital envió nuncios para concordar un reunión y solicitar que, en caso de muerte de uno de los dos pontífices, los cardenales se abstuvieran de escoger un sucesor hasta poner en orden los asuntos de la Iglesia. Sin embargo, Bonifacio IX murió el en octubre de ese año, y sus cardenales elevaron al pontificado a Cosimo de Migliorati, con el nombre de Inocencio VII.

Los intentos de reunión que los pontífices trataron de llevar a cabo fracasaron por distintas razones. Sin embargo, el sucesor de Inocencio VII, Gregorio XII, anunció en 1410 su disposición a renunciar al título papal, si Benedicto XIII hacía lo mismo. El papa aviñonés quedaba pues privado de su ventaja moral; debía ahora corresponder a su iniciativa y aceptar una renuncia conjunta a la tiara, o bien dejar de lado todo intento de reconciliación. Sus intentos de retrasar la respuesta no gustaron a algunos de sus cardenales. Tampoco los del entorno de Gregorio XII, por otro lado, estaban complacidos con la situación, y ante la turbulenta situación política italiana (existía el riesgo de que Roma fuera ocupada por las tropas de Ladislao de Nápoles), le abandonaron, entrando en contacto con varios que había sido enviados por Benedicto XIII para acordar una reunión.

Así, vista la incapacidad de pontífices y monarcas para solucionar la situación, fueron ahora los cardenales los que tomaron la iniciativa de acabar con la división de la Iglesia, y se convocó un concilio general para el 25 de marzo de 1409, en la ciudad de Pisa.

Por su parte, Benedicto XIII convocó un concilio paralelo en Perpiñán, alegando que la situación política italiana no era segura. Asistieron a dicha reunión obispos, embajadores y representantes de distintas universidades. Aunque al ser disuelto a causa de la peste en julio de 1410 no se había logrado ningún avance relevante, Benedicto XIII reafirmó en él su legitimidad, mostrando además su rechazo a la posibilidad de que un concilio superara en autoridad a un Papa, figura instituida por Jesucristo. Además, reforzó su sensación de que podía contar con el apoyo de Escocia y los reinos peninsulares.

En Pisa, por otro lado, los cardenales allí reunidos habían decidido considerarse como un solo cuerpo, sin entrar en disputas acerca de la legitimidad de quienes los habían investido. Citaron a ambos papas, y al no presentarse estos los declararon cismáticos el 5 de junio de 1409. Se les acusó también de herejía, ya que esto permitía a los cardenales deponerlos. Además, el 15 de junio escogieron un nuevo pontífice, Alejandro V, con la intención de volver a tener una figura papal con autoridad sobre toda la Iglesia.
Ninguno de los pontífices preexistentes aceptó la condena ni la proclamación de un nuevo rival, que por su pronta muerte fue sustituido el 27 de mayo de 1410 por Juan XXIII. Lejos de solucionarse el conflicto, pues, la Iglesia pasaba ahora a ser tricéfala.
Por tanto, se convocó un nuevo concilio en 1413,  iniciándose en 1414, y que tendría lugar en la ciudad de Constanza. A comienzos de 1415, Juan XXIII abdicó; su huida de Constanza, llevada a cabo con intención de recuperar su autoridad, proveyó al concilio de argumentos para condenarlo y deponerle. En cuanto a Gregorio XII, que había legitimado el concilio para los de su obediencia, renunció a la tiara. Por tanto, sólo faltaba la abdicación de Benedicto XIII para que se reunificara la Iglesia.

Benedicto XIII insistió en su negativa, y sus partidarios decidieron, pues, retirarle su apoyo. El concilio de Constanza lo condenó y depuso en marzo de 1416. Ese mismo año escogían a un nuevo papa, Otón Colonna, con el nombre de Martín V: la Iglesia tenía, pues, una única cabeza legítima una vez más.

Puesto que podía llegar  a ser un arma política de gran utilidad si sus relaciones con el nuevo papa se tensaban, la monarquía de Corona de Aragón permitió a Benedicto XIII continuar residiendo en sus tierras, en el castillo de Peníscola, sin renunciar a su título papal. Tras su muerte, los cardenales que habían permanecido con él escogieron incluso un sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que fue coronado como Clemente VIII.  Sólo en mayo de 1429 se logró la abdicación de este último, que revocando todas las sentencias que él y su antecesor habían pronunciado contra Martín V, invitó a sus cardenales a escoger un nuevo pontífice. La elección unánime fue para Otón Colonna, Martín V desde hacía trece años. Con esto, y tras décadas de conflicto, el Cisma de Occidente se cerraba de modo definitivo.

Si te gusta nuestro trabajo compártelo en las redes sociales

No hay comentarios:

Publicar un comentario