Ya antes de que comenzara en ella la crisis provocada por la demencia de Carlos VI y de sus dudas sobre la conveniencia de apoyar a un Papa no francés, la Corte de Francia había pedido a la Universidad de París su opinión respecto al conflicto que dividía la cristiandad, solicitando además al Sacro Colegio que no escogiera un sucesor para Clemente VII antes de que la Universidad emitiera su veredicto. Pese a todo, los cardenales aviñoneses llevaron a cabo su elección, aunque habiendo firmado previamente su disposición a trabajar por la unión de la Iglesia, incluso si ello exigía deponer la dignidad pontificia que les confiera el cónclave. Por tanto, se esperaba de Benedicto XIII fuera receptivo ante la propuesta que formuló la Universidad de París en 1395, que fue bautizada como via cessionis: puesto que era imposible dirimir qué candidato tenía más derechos, la solución sería que ambos renunciaran.
Ante
la poca receptividad mostrada por los pontífices ante esta posibilidad, la
Universidad de París formuló otra propuesta: sustraerse a su autoridad, con
objeto de forzarlos a la renuncia. La misma actitud tomaron otros reinos, como
la clementista Castilla o la urbanista Inglaterra de Ricardo II, con la idea de
que si ambos bandos sustraían la obediencia a los pontífices, privándoles así
de recursos, acabarían por doblegarse y buscar una solución.
Para
hacer más patente su decisión, en verano de 1398 tropas francesas invadieron
Aviñón, sitiando a Benedicto XIII; los cardenales lo abandonaron, pero él
resistió el asedio. Sin embargo, otros monarcas no estaban dispuestos a tolerar
esta agresión; Martín I, en la Corona de Aragón, preparó una expedición de
socorro. Paralelamente, los otros reyes que habían mostrado su aquiescencia
ante la segunda solución propuesta por la Univerdad de París fueron sustituidos
por urbanistas devotos, lo cual complicaba la situación. Por si fuera poco, la
sustracción de obediencia había puesto al clero francés bajo la tutela del rey
de Francia, de la que se resintió, produciéndose altercados. Por último, el
duque de Orléans creía que podría contar con el apoyo de Benedicto XIII en lo
respectivo a sus ambiciones italianas, de modo que trabajó para lograr un
retorno a la obediencia. Así, el sitio se debilitó, y el 11 de marzo de 1403
huía el Papa, a cuya obediencia volvieron en mayo Castilla y Francia.
La
tercera solución se conoció como via
conventionis, y fue propuesta por el propio Benedicto XIII: se trataría de
una reunión de ambos pontífices, en la que podría debatir pacíficamente cuál de
los dos tenía más derechos. Por tanto, en 1404 inició conversaciones con
Bonifacio IX, a cuya capital envió nuncios para concordar un reunión y
solicitar que, en caso de muerte de uno de los dos pontífices, los cardenales
se abstuvieran de escoger un sucesor hasta poner en orden los asuntos de la
Iglesia. Sin embargo, Bonifacio IX murió el en octubre de ese año, y sus
cardenales elevaron al pontificado a Cosimo de Migliorati, con el nombre de
Inocencio VII.
Los
intentos de reunión que los pontífices trataron de llevar a cabo fracasaron por
distintas razones. Sin embargo, el sucesor de Inocencio VII, Gregorio XII,
anunció en 1410 su disposición a renunciar al título papal, si Benedicto XIII
hacía lo mismo. El papa aviñonés quedaba pues privado de su ventaja moral;
debía ahora corresponder a su iniciativa y aceptar una renuncia conjunta a la
tiara, o bien dejar de lado todo intento de reconciliación. Sus intentos de
retrasar la respuesta no gustaron a algunos de sus cardenales. Tampoco los del
entorno de Gregorio XII, por otro lado, estaban complacidos con la situación, y
ante la turbulenta situación política italiana (existía el riesgo de que Roma
fuera ocupada por las tropas de Ladislao de Nápoles), le abandonaron, entrando
en contacto con varios que había sido enviados por Benedicto XIII para acordar
una reunión.
Así,
vista la incapacidad de pontífices y monarcas para solucionar la situación,
fueron ahora los cardenales los que tomaron la iniciativa de acabar con la
división de la Iglesia, y se convocó un concilio general para el 25 de marzo de
1409, en la ciudad de Pisa.
Por
su parte, Benedicto XIII convocó un concilio paralelo en Perpiñán, alegando que
la situación política italiana no era segura. Asistieron a dicha reunión
obispos, embajadores y representantes de distintas universidades. Aunque al ser
disuelto a causa de la peste en julio de 1410 no se había logrado ningún avance
relevante, Benedicto XIII reafirmó en él su legitimidad, mostrando además su
rechazo a la posibilidad de que un concilio superara en autoridad a un Papa,
figura instituida por Jesucristo. Además, reforzó su sensación de que podía
contar con el apoyo de Escocia y los reinos peninsulares.
En
Pisa, por otro lado, los cardenales allí reunidos habían decidido considerarse
como un solo cuerpo, sin entrar en disputas acerca de la legitimidad de quienes
los habían investido. Citaron a ambos papas, y al no presentarse estos los
declararon cismáticos el 5 de junio de 1409. Se les acusó también de herejía,
ya que esto permitía a los cardenales deponerlos. Además, el 15 de junio
escogieron un nuevo pontífice, Alejandro V, con la intención de volver a tener
una figura papal con autoridad sobre toda la Iglesia.
Ninguno
de los pontífices preexistentes aceptó la condena ni la proclamación de un
nuevo rival, que por su pronta muerte fue sustituido el 27 de mayo de 1410 por
Juan XXIII. Lejos de solucionarse el conflicto, pues, la Iglesia pasaba ahora a
ser tricéfala.
Por
tanto, se convocó un nuevo concilio en 1413,
iniciándose en 1414, y que tendría lugar en la ciudad de Constanza. A
comienzos de 1415, Juan XXIII abdicó; su huida de Constanza, llevada a cabo con
intención de recuperar su autoridad, proveyó al concilio de argumentos para
condenarlo y deponerle. En cuanto a Gregorio XII, que había legitimado el
concilio para los de su obediencia, renunció a la tiara. Por tanto, sólo
faltaba la abdicación de Benedicto XIII para que se reunificara la Iglesia.
Benedicto
XIII insistió en su negativa, y sus partidarios decidieron, pues, retirarle su
apoyo. El concilio de Constanza lo condenó y depuso en marzo de 1416. Ese mismo
año escogían a un nuevo papa, Otón Colonna, con el nombre de Martín V: la
Iglesia tenía, pues, una única cabeza legítima una vez más.
Puesto
que podía llegar a ser un arma política
de gran utilidad si sus relaciones con el nuevo papa se tensaban, la monarquía
de Corona de Aragón permitió a Benedicto XIII continuar residiendo en sus
tierras, en el castillo de Peníscola, sin renunciar a su título papal. Tras su
muerte, los cardenales que habían permanecido con él escogieron incluso un
sucesor, Gil Sánchez Muñoz, que fue coronado como Clemente VIII. Sólo en mayo de 1429 se logró la abdicación
de este último, que revocando todas las sentencias que él y su antecesor habían
pronunciado contra Martín V, invitó a sus cardenales a escoger un nuevo
pontífice. La elección unánime fue para Otón Colonna, Martín V desde hacía
trece años. Con esto, y tras décadas de conflicto, el Cisma de
Occidente se cerraba de modo definitivo.
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