lunes, 8 de febrero de 2016

Arena, camellos y comercio: La Arabia preislámica

El islam es algo que no deja de estar de actualidad, prácticamente aparece en la prensa y en las portadas de forma diaria. Los medios nos bombardean con la imagen de un islam presentado como algo salvaje, bárbaro, estático, monolítico, inmutable, inferior a Occidente, primitivo, irracional y sexista. La religión se vincula con el terrorismo y la violencia, se ve como algo peligroso y que estamos obligados a combatir para mantener nuestros valores y modo de vida. Toda esta “fachada” construida por Occidente para autodefinirse es lo que iremos intentando ir desmontando. El mundo islámico engloba a un gran conjunto de pueblos, muy diversos entre sí, con escasos elementos en común salvo que todos son musulmanes. En esta primera ocasión repasaremos la Arabia preislámica.
Mosaico romano, Museo Palacio de Estambul




La religión islámica nace en la Península Arábiga pero antes de centrarnos en el desarrollo del islam, lo que trataremos en las siguientes entradas, haremos un breve resumen de la Arabia preislámica. Lo primero es hablar del contexto geográfico. Es bien sabido que el medio físico de Arabia es de una extraordinaria dureza, se trata de una inmensa extensión (de más de tres millones de kilómetros cuadrados) cubierta por desiertos en su mayor parte (más de un setenta por ciento). Pese a esta enorme aridez, la península cuenta con otras zonas de clima más propicio para el hábitat. La zona oriental contiene varios asentamientos y las rutas comerciales conectan este litoral con el Golfo Pérsico desde la más remota Antigüedad. En el lado occidental de la península, en una pequeña franja costera junto al mar Rojo conocida como el Hiyaz, se sitúan las principales ciudades de Arabia: La Meca y Yatrib (que luego se llamaría Medina). Destacan ambas urbes por tratarse de ciudades que concentraban los intercambios mercantiles de Arabia. Al sur está Yemen, la llamada Arabia Felix de los romanos, punto comercial con el Índico, el Mediterráneo y el África oriental y donde habían florecido reinos en la Edad Antigua.

La población que habitaba esta inmensa península es conocida como árabe. La mayor parte se organizaba en tribus, subdivididas en clanes y linajes. Los lazos que unían a estos grupos se fundamentaban en la solidaridad, las alianzas, la consanguinidad y la creación de mitos e historias que legitimaban estas agrupaciones. Los modos de vida de estas poblaciones eran muy diferentes y los podemos clasificar en dos: nómada y sedentario. Los nómadas pueblan el borde de los grandes desiertos y su modo de vida se basa en el pastoreo y el comercio de caravanas. Esta  economía de autosuficiencia viene complementada por los saqueos o razzias a sus vecinos. Su principal vehículo y base de su economía es el camello, animal con numerosas ventajas para un medio tan árido. Por otro lado, los beduinos se consideraban  árabes genuinos, con un cierto sentimiento de superioridad hacia los sedentarios.


http://www.anajnu.cl/2014/articulos/beduinos-en-israel.html
Las poblaciones sedentarias, con una economía agraria y basada en el comercio (incienso, mirra), se ubicaban en el sur de la península Arábiga (el Yemen), la zona oriental (Omán) y el oeste (el Hiyaz). Recordemos que en esta última región se situaban La Meca y Yatrib, núcleos ubicados en cruces de rutas y próximos a oasis. La primera especialmente era un lugar ineludible para las caravanas. En el norte surgieron dos principados en el siglo VI: el de los lajmíes, junto al Golfo Pérsico, y el de los gassāníes, aproximadamente en el área de la actual Jordania. Se trata de dos reinos con un papel muy importante y a los que volveremos más tarde.

Desde el punto de vista religioso no podemos encontrar un panteón, no existía una religión común pero sí algunos elementos compartidos. Uno de ellos eran los genios (yinns), seres sobrenaturales, caprichosos, que favorecían a unas tribus y provocaban males a otras. Residían en manantiales, pozos, piedras, puertas, etc. Se trata de algo con tal arraigo entre los árabes que el islam no podrá acabar con esta especie de diablillos y procederá a su integración. Cada tribu tenía diferentes deidades pero era generalizada la creencia en divinidades astrales como el Sol, la Luna, Venus, las estrellas, etc. El principal santuario de Arabia era La Meca, que albergaba la famosa piedra negra de la Kaaba, construcción en forma de cubo en el que se halla dicha piedra. La ciudad, centro de las caravanas, se convirtió en el centro religioso de la península, al que acudían los comerciantes y los peregrinos a rendir culto a sus dioses. Todo ello hizo que surgiera una cierta aristocracia comercial, al amparo de este lucrativo negocio. Junto a este politeísmo estaba presente el cristianismo en el norte y el sur de Arabia, así como en los reinos lajmí y gassāní. Por otra parte, judaísmo era practicado en el Yemen y estaba difundido entre algunas tribus. Junto a estas religiones, existía una tradición monoteísta propiamente árabe basada en la figura de Abraham y su hijo Ismael, padre mítico de los árabes. En esta tendencia se enmarcan los hunafa (hanif, en singular), eremitas y ascetas.

Antes de concluir, podemos añadir un breve apunte sobre la mentalidad y la cultura. En Arabia se hablaban distintos dialectos del árabe y lenguas como el hebreo y el griego. Desde el punto de vista cultural los valores más apreciados eran la hospitalidad, la solidaridad y la virilidad. Por otra parte, se concede una gran importancia a la tradición oral, la palabra es trascendental y los relatos y la poesía ocupan una posición central.

Para finalizar esta primera entrada nos queda hablar del momento de intensa crispación en el plano internacional en la víspera del surgimiento del islam. Arabia se hallaba en medio de dos grandes imperios: el Imperio romano de Oriente o bizantino y el Imperio sasánida. El enfrentamiento entre ambos poderes fue continuo y adquirió carácter visceral, especialmente en el siglo VI. Los dos se disputaban el control de las rutas comerciales y la península se convirtió en parte de su tablero de juego. Bizantinos y sasánidas combatieron mediante intermediarios en Arabia, llevando a cabo una suerte de “guerra fría” que dejó agotados a los dos imperios y allanó el camino a la expansión del islam, que estaba a punto de surgir.



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