miércoles, 10 de febrero de 2016

El conflicto en el mundo ibérico: Ataque y defensa


La defensa era una actividad cotidiana realizada por hombres  en el terreno, dejando manifestaciones muy concretas y tangibles. Dando lugar a teorías en las que se consideran que la defensa del territorio se trata de una forma de control “interno” por parte de una jerarquía social, en detrimento  de la “defensa” propiamente dicha frente a un enemigo externo. 




Aunque se emplearan herramientas similares, la defensa frente a un enemigo exterior y el control interno no se abordarían de la misma manera, tal y como han hecho algunos estudios en los que se han aplicado técnicas de arqueología espacial desde la óptica del control y no de la defensa. El objetivo de la guerra entre los íberos no fue la aniquilación del adversario, sino la subyugación de las comunidades rivales. La guerra era básicamente depredadora, centrada en el saqueo de campos y ganados, sin olvidar los bienes muebles que la acción sorpresa permitiera; un tipo de acto donde la obtención de honor y fama serian factores de importancia entre los grupos dirigentes. La guerra mantienndria una concepción personal, haciendo que los valores guerreros sean consustanciales a la mentalidad ibérica.

En cuanto a los periodos de conflicto, se verían reducidos a determinadas estaciones, especialmente primavera-verano, se trataba de una guerra limitada en objetivos y tiempo que se asemejaba como en el resto del mediterráneo por tener un carácter endémico con una intensidad baja. No se contemplaba la aniquilación del adversario, por lo que el asedio no era un recurso al que se recurría dejando para circunstancias excepcionales el asalto sorpresa. Se buscaba el reconocimiento de uno de los dos bandos como inferior, haciendo que éste se refugiara en sus recintos defensivos mientras observaba como sus campos y ganado eran saqueados, salvo que se considerase en buena posición para salir a defender dichos bienes. 

Por lo tanto, la forma que adoptaría la guerra sería la de expedición militar, con una limitada participación de hombres, de entre cientos y miles, organizados en unidades reconocibles bajo los mismos líderes que les conducían en la vida diaria, agrupados en pueblos, aldeas o familias, con enseñas reconocibles. La caballería formaría unidades muy limitadas, por lo tanto la infantería de línea y la infantería ligera serían los claros protagonistas del conflicto.

La tipología de estos ejércitos no está del todo clara, ya que no se puede confirmar que se tratara de una milicia cívica, donde la capacidad de armarse de cada individuo le colocaría bien en las unidades pesadas o ligeras, a partir del siglo IV a.C. parece señalar esta situación tal y como muestra la homogeneización  del armamento. La alternativa más factible basa los ejércitos en medianas clientelas militares semipermanentes que se verían reforzadas en caso de necesidad por las milicias cívicas. El modelo de ioventus movilizada y basada en grupos de edad y ritos de iniciación no es viable por tener rasgos muy arcaicos. Tampoco hay que considerar la posibilidad de una casta aristocrática guerrera para el periodo estudiado, aunque no lo descartaría para momentos previos, ni la práctica del mercenariado, que habría que remarcarlos en el contexto de la participación exterior.

En cuanto a los mandos de campaña, estarían desempañados por los mismos que dirigían la sociedad en la vida cotidiana, que varía según las regiones, pero responde a un patrón similar. Los mandos intermedios serian ejercidos por miembros de menor experiencia y edad de las casas aristocráticas.

A la guerra de carácter endémico habría que proponer la posibilidad de unión  de diferentes pueblos, bien como aliados o con lazos de dependencia, que organizaría las fuerzas en torno a unidades comandadas por sus jefes naturales, dejando en el desconocimiento la naturaleza de estas “confederaciones” bien eran de tipo ofensivo o bien podrían configurarse en forma de Epimachia.

La ausencia de asedios no entra en contradicción con la batalla campal, ya que es un modelo bien encontrado en  otras regiones del mediterráneo en periodos anteriores. En este sentido, habría que analizar las diferentes fortificaciones como elementos de precaución o disuasión ante asaltos sorpresa. Otra de las utilidades de dichas construcciones sería la de delimitación del terreno del Oppidum. Aunque no está clara la existencia de barreras defensivas del territorio, sí se puede aceptar la existencia de atalayas ocupadas de modo permanente o semipermanente, donde las familias a cargo de las mismas parece encajar mejor que su uso por guerreros destacados como guarnición.

Por lo tanto el modelo tiene similitudes con lo que se sabe de otras culturas del entorno mediterráneo, muy próximo al mundo heleno e itálico que hacia el helenístico, púnico o galo. Se da una convergencia en la que la coexistencia de elementos arcaicos con otros que no lo son, no entran en contradicción. Por lo general se propone un tipo de guerra elemental, puramente de guerrillas, sin ningún tipo de estructuración militar, pero solo sería un modelo derivado de una lectura parcial de las fuentes romanas y de su confusión del mundo interior peninsular, en el que observamos que la guerra fue un fenómeno más complejo y estructurado de lo que se cree.

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