lunes, 1 de febrero de 2016

La conquista del ideal imperial: Federico I Barbarroja


Hace algunas semanas os hablaba del "otro" imperio, el Imperio Bizantino, sustituto de Roma y el más fiel defensor de su legado. Sin embargo, si podemos hablar de los bizantinos como el "otro" imperio, es porque en Europa el ideal del Imperio Romano nunca se perdió definitivamente, sino que se concretó en un nuevo proyecto, el Sacro Imperio Romano Germánico, heredero a su vez del imperio carolingio que se convirtió en la máxima dignidad jerárquica de Europa. 

El título de emperador era una dignidad que cualquier monarca desearía, pero por su importancia simbólica y jerárquica suponía una amenaza para el Pontificado, por lo que se mantuvo siempre como una dignidad electiva. Para lograr ser emperador debías ser elegido por los grandes electores alemanes laicos y eclesiásticos. De esta manera la elección imperial quedaba determinada en gran medida por los intereses pontificios y nobiliarios y además servía como método para controlar el poder imperial. Por norma los emperadores trataron de favorecer la elección de sus hijos como sucesores en el cargo, para ello crearon la dignidad simbólica de Rey de Romanos. A pesar de sus esfuerzos, los emperadores no siempre lograron sus objetivos y en ocasiones se produjeron importantes conflictos por la sucesión en el trono imperial. Cabe destacar la anarquía feudal que condujo a la guerra civil de 1140 a la que nos referiremos posteriormente, o en el caso hispánico la candidatura de Alfonso X y la elección de Carlos I.

El enfrentamiento de 1140 condujo a un fortalecimiento del poder nobiliario que marcará el devenir del imperio en los años posteriores. El conflicto se polarizó entre las dos familias más influyentes del imperio, los Welf y los Stauffen, cuyas fuerzas se habían reforzado gracias a la debilidad imperial. Su principal punto de disensión, y argumento para el enfrentamiento, fue su posición con respecto a la autoridad del papado. Los Welf eran favorables a admitir la superioridad del Papa frente al emperador, mientras que los Stauffen consideraban al emperador un vicario de Dios y, por tanto, máximo representante de la divinidad en las cuestiones relativas al ejercicio del poder temporal. 

El imperio se componía de los territorios alemanes e italianos, entre los que se incluían Saboya, Lombardía y Piamonte, los Estados Pontificios que formalmente se hallaban bajo el control imperial, ,y el Reino de Sicilia cuya situación será más compleja. Los principados alemanes actuaban en muchos casos como monarquías en la práctica, cuyo poder y autonomía dependía de la debilidad del emperador. Mientras que los territorios italianos gozaban de una mayor independencia. En el norte las grandes ciudades se encargaban del gobierno efectivo del territorio, actuaban casi como repúblicas dentro del imperio, mientras que los Estados Pontificios eran gobernados por el pontífice como una monarquía electiva. El destino de Sicilia estuvo ligado al imperio hasta la conquista normanda que favoreció su conversión en un reino por derecho propio.

Este es el contexto que nos encontramos a mediados del siglo XII cuando Federico Hohenstauffen fue elegido como nuevo emperador. Tras una larga guerra civil y un periodo de gran inestabilidad en el imperio los príncipes electores tomaron una decisión de consenso, al elegir a un candidato que era fruto de la unión de ambas familias en conflicto, Stauffen por vía paterna y Welf por su madre. Su experiencia en el gobierno del ducado de Suabia, su habilidad militar y su situación familiar le convirtieron en el candidato ideal y fue elegido Rey de Romanos en 1152, lo que le permitió iniciar una serie de acciones políticas para ampliar el poder efectivo del emperador.

Sus primeros años fueron especialmente complejos, puesto que se vio obligado a recuperar por la fuerza los derechos y los recursos imperiales que habían sido delegados en las ciudades y principados durante el periodo de debilidad. Su situación familiar le permitió acceder a grandes recursos económicos y militares para financiar sus empresas, además se aprovecho del derecho feudal para aumentar sus territorios y fortalecerá su posición dentro de Alemania con la intención de lograr el control efectivo del imperio y establecerse como máxima autoridad laica de la cristiandad occidental.

Pronto fue consciente de que su principal fuente de problemas se encontraba en Italia, tanto las ciudades del norte, como el reino normando de Sicilia ponían en duda su autoridad y se gobernaban al margen de su poder. Por ello, Federico decidió aliarse con el pontificado para someter Sicilia y controlar así de manera efectiva toda Italia. En un primer momento intentó organizar Italia de forma parecida a la zona alemana, cuyo control era más directo y más favorable al emperador. En 1555 logró avanzar hasta Roma y ser coronado emperador con el nombre de Federico I, apodado Barbarroja. Pero su entrada en Italia fue menos popular de lo que habría esperado y a su regreso a Alemania la curia romana abrió una línea de contacto y alianza con los normandos para evitar el avance imperial. 

Federico I consideró esta acción como una afrenta a su poder y tomó la decisión de iniciar una campaña de gran contundencia sobre el territorio italiano. Poco después convocó una Dieta en Roncaglia con la intención de recuperar ciertos privilegios imperiales perdidos, la mayoría de ellos en detrimento del poder urbano. Algunas ciudades se declararon en rebeldía, encabezadas por Milán, con el apoyo de Sicilia y del Pontificado, la muerte del papa Adriano IV obligó a las fuerzas italianas a reestructurarse. Se produjo entonces una doble elección papal con Alejandro III, papa oficial y declarado antialemán, y Víctor IV, candidato imperial. Federico se esforzó durante años en deponer a Alejandro III para imponer su candidato en el trono de San Pedro, de esta forma pretendía solventar de un plumazo el problema siciliano y milanés. Por su parte, Milán pagará cara su rebeldía y será asediada durante más de un año, tras su rendición sus habitantes serán desterrados y sus tierras sembradas con sal como castigo ejemplar por su desobediencia. Alejandro III huyó a Francia e inició una campaña de desprestigio contra el emperador desde el exilio. En 1166 logrará por fin poner fin al conflicto italiano, entronizando un nuevo pontífice, Juan III y siendo coronado de nuevo. De esta manera logra cumplir con sus proyectos políticos y se retira de nuevo a Alemania con la intención de administrar el imperio desde sus propios dominios. 

Mientras Federico reforzaba su poder en Alemania las ciudades italianas hacían lo propio, llegando incluso a expulsar a los delegados imperiales. Esta situación obligó al emperador a volver a intervenir en Italia, lo que le conduce a su primera derrota en Legnano en 1176, esto le obligó a llegar a un acuerdo de paz con el Pontificado y las ciudades italianas, en él reconocía a Alejandro III como papa y le devolvía el control de los Estados Pontificios y además de otorgarle ciertos beneficios en el nombramiento de los cargos públicos. En 1177 se firma la Paz de Venecia que tenía la intención de facilitar la organización italiana, en el acuerdo ambas partes se vieron obligadas a ceder en pos de la paz, de esta manera el emperador renunció a su plan de dominio total sobre Italia, mientras que a cambio se le concedió el poder de ratificar e investir a los gobernantes italianos. En cierta medida Federico había logrado imponer su dominio sobre todo el imperio, aunque con importantes concesiones y daba por concluido su primer proyecto político. A partir de este momento se inició la etapa de mayor plenitud del gobierno de Federico Barbarroja durante la cual logró consolidar su poder como emperador y reforzar su autoridad. Además de garantizar su sucesión en el trono imperial, al conseguir que el papa reconozca a su hijo Enrique como Rey de Romanos. Por su parte Enrique se casará con la reina Constanza de Sicilia logrando por fin cumplir el sueño de su padre de someter toda Italia al poder imperial. 

Una vez pacificado el imperio Federico inicia un nuevo proyecto político, la unión de todos los reyes de la cristiandad con un propósito común, la cruzada. Una cruzada que permita recuperar los santos lugares tras la caída de Jerusalen a manos de Saladino en 1187. Federico Barbarroja centró sus esfuerzos en mediar entre Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto de Francia con la intención de solventar sus diferencias y unir ambos reinos a la organización de la guerra santa. Para el emperador el éxito de la cruzada supondría la culminación absoluta de su programa de dominium mundi, según el cual, el como máxima autoridad laica de la cristiandad tenía el deber de unir a todos los reinos con un propósito común, la lucha contra el infiel. Federico inspirado por su gran empresa iniciará el camino hacia Oriente apenas un año después de la caída de la ciudad santa. En su camino negoció y buscó alianzas con los búlgaros y los bizantinos. Sin embargo, su gran sueño nunca llegó a concretarse definitivamente, porque, por paradojas de la historia, Federico I Barbarroja muere ahogado a los 68 al intentar vadear un caudaloso río en Anatolia. Su muerte además de curiosa resultó especialmente favorable desde una perspectiva anacrónica, puesto que como demostraron posteriormente Ricardo Corazón de León y Felipe Augusto la cruzada estaba condenada al fracaso. Sin duda era posible conquistar Jerusalen, pero defenderla fue una tarea imposible y la derrota del emperador en la cruzada habría puesto fin a su sueño de convertirse en la máxima autoridad de la cristiandad. Muriendo antes de llegar su nombre y su proyecto permanecerían en la leyenda, en el lugar en que todo podía ser, pero no fue. Su legado se convirtió en una fuente de inspiración para todos aquellos personajes que trataron de unificar el destino de Europa.

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2 comentarios:

  1. Me ha parecido un artículo muy interesante, os acabo de conocer hoy, la verdad, y es un trabajo impresionante. Mi moraleja es ésta: Se vive mucho mejor en el siglo 21, porque antes había demasiadas guerras, y aunque por desgracia las sigue habiendo, creo que no son ni punto de comparación. Saludos.

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    1. Muchas gracias. Me alegro de que te haya gustado el artículo y espero que eso te anime a leernos en el futuro.

      De verdad, gracias por tu apoyo y cualquier duda, sugerencia o petición háznosla llegar.

      Un saludo.

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